Los Espectros: Indagación sobre las sombras o cómo novelar desde las profundidades

Comentarios sobre la novela Los Espectros del escritor peruano Christian Elguera (Premio Copé 2023).
Christian Elguera - Los Espectros
Cesar Augusto López
Cesar Augusto López
Share on facebook
Share on whatsapp
Share on twitter

 

Varias son las formas a través de las cuales se puede ingresar a la Historia; así, con mayúscula. Esta no es solo un flujo de tiempo y una sumatoria de hechos anotados, sino la ascensión de figuras o hechos que son paridos por pugnas que se elevan desde lo oscuro, lo desconocido. Conocemos solo un fragmento más o menos lineal de lo que acontece, pero sus verdades son más finas, graciosas, microscópicas. Ese trabajo de corte transversal se puede encontrar en Los espectros de Christian Elguera (Ediciones Copé, 2024, pp. 268), otra forma de hacer historia o, mejor, ir más allá de ella, porque para eso es la ficción y su libertad de sentido.

Dividida en cuatro partes, más el apéndice con el discurso de aceptación del premio y, finalmente, las actas del concurso, la novela se concentra en Eudocio Ravines; uno novelado, por supuesto. Dato curioso es que la novela ganadora del Premio Nacional de Cultura; a saber, El camarada Jorge y el Dragón, perteneciente a Rafael Dumett, gira en torno a los primeros años de este personaje de la historia peruana, pero como un primer momento descriptivo de su juventud, aún sin despegue, lo cual nos deja a la espera de más entregas del Ravines dummetiano. Esperamos que sean intensas y no tan referenciales o tan dependientes del historicismo (pero esta es una observación poética, de gusto, y no crítica, por lo cual puede ser desestimada o corroborada por el lector en su encuentro con el mencionado libro).

En contraste a lo anterior, Elguera se concentra en las mil máscaras y en el cruce de muchas vidas importantes del centenario por las cuales se coló este actor por conocer y descubrir. Creemos que una obra no tendría por qué ser extensa para lanzarnos un fulgor claro de aquel momento, también fugaz, que nos marcó hasta hoy. Podríamos resumir la propuesta de Elguera, en ese sentido, como la historia de la traición encarnada en Ravines. Sin embargo, tenemos dudas, es posible que los principales actores de la historia sean los espectros, aquellos de los que no sabemos nada más que las consecuencias de sus decisiones en el fracaso del Perú, de América Latina y el propio mundo (p.182). En todo caso, el montaje elgueriano cumple con el contrapunto temporal, sin temor a equivocarnos.

Fuera de ese primer tanteo a la novela y a ese dato escondido, y perenne y punzante, para cada momento, las voces llegan a tener un peso justo, no hay voz que sobre, todas adquieren un protagonismo innegable y sólido; una de las características estimables en Los espectros. En ese sentido, el comienzo es memorable, porque es la confesión de Ravines como el emisario (p.15) de estos informes seres que apuestan por el fracaso, por la permanencia de su poder, por el brillo de la mediocridad. Así, la novela también puede ser entendida como un tratado sobre el poder, uno que se encuentra por fuera de la voluntad de las voces que desfilan en sus líneas, pero que los atraviesan y los controlan. El mismo Ravines confiesa que no distingue donde acaba su careta, su vida de dobles que le han hecho vivir en mil lugares a la misma vez (p.29).

“Tenemos, pues, en Los espectros, la obra sobre otra obra, una de Mariátegui, una que nunca vio la luz”.

A través de los ojos de este agente de los espectros, nos encontraremos con Palacitos (quizá un guiño de un personaje del último capítulo de Los ríos profundos), una especie de bufón que también atraviesa la novela como una sombra, porque colocará al antagonista de Ravines ante él. En este caso nos referimos al historiador, Alberto; un intelectual que, palabras más, palabras menos, es un fracasado, pero que ha dedicado su vida a descubrir al emisario de los espectros. Incluso los reconoce y los menciona en una conferencia que terminará por perderse, pero de la cual nos enteraremos a lo largo del libro. Como se puede notar, Elguera trabaja sobre muchas líneas para aproximarnos a una explicación de la imposibilidad del Perú en uno de sus momentos clave, la década del veinte.

Las relaciones se configuran desde lo sombrío y malévolo, si se quiere, hasta nuestra actualidad, no sin incrustarnos en lo esotérico (p.199) como un factor nada desdeñable. El equilibrio se consigue en la novela, sobre todo, porque hay una conciencia de lo maquinal o desalmado que podemos notar en el desarrollo de su trama como una especie de motor negativo que insiste en el triunfo del bien. Podríamos encontrar hasta un ánimo metafísico que queda suelto a criterio del lector y que nos deja ante la frustración del llamado proyecto de nación en su momento cero. Por ejemplo, uno de los grandes puntos de este momento de (des)fundamento patrio fue la enemistad orquestada por Ravines, según el texto, entre Mariátegui y Haya. Este es uno de los quiebres fundamentales de nuestra historia, tal como se arriesga a proponer Elguera. Imposible no considerar en este rico entramado histórico ficcional, casi tarantinesco, es un logro, porque el autor de Los espectros se atreve a jugar con los referentes históricos, hacernos reír a través de la desnudez de su humanidad más torpe, más frágil y ridícula, sobre todo. Esto se puede observar en los acercamientos a las perspectivas megalómanas, orgullosas o límite en varios momentos de sus personajes, sumado a la presentación de un mundo actual, inmediato, en que el alcohol reina y libera las pasiones de la calle, del mundo paralelo del placer desordenado y cínico. La novela no se inclina por el verismo ni por la negación de la referencia, sino que pasea por ambas orillas con agilidad.

Ya se mencionó que Haya de la Torre y Mariátegui hacen su aparición, junto a una escena fugaz del propio César Vallejo, quien después de trabar palabras inútiles con Haya descubre, con su intuición poética, que este tenía “detrás de él numerosos espectros” que “lo envolvían como una nube espesa, con rostros desfigurados, lanzando voces guturales” (p.159) y que no fueron difíciles de percibir para él. No ahondaremos en más personajes, pero situarnos en estos, y en su problemática y existencia es una invitación más que provechosa para quien quiera acompañar al narrador con su visión sobre una de las tantas derrotas a las que se nos ha sometido. Elguera se dirige a evaluar nuestros verdaderos descontentos sobre la historia del Perú con sorna necesaria para no caer en la ceremoniosidad pasiva. ¿Quiénes son los espectros y cómo derrotarlos? ¿Quién sabe si encontremos alguna clave en la novela?

Un último punto nos queda por mencionar. La novela también tiene tintes policiales y un objeto, un libro, será otro de los grandes móviles de la historia. Somos testigos de engaños y de un robo. Este supera incluso el poder de los espectros, pero igual es un libro perdido como aquel que Aristóteles le dedicó a la comedia. Tenemos, pues, en Los espectros, la obra sobre otra obra, una de Mariátegui, una que nunca vio la luz, pero que nos deja con la clásica duda o pregunta de qué hubiera sido si aquel texto se encontrara entre nuestras manos. Quizá la misma novela de Elguera no existiría, pero ese solo es un juego retórico, lo importante es que el ganador del Copé consigue con verosimilitud trabajar con variados códigos hasta alcanzar un equilibrio elogiable en su apuesta. El camino principal, a fin de cuentas, gira en torno a nuestro problema de identidad y peruanidad, el cual se encuentra abierto, pero no como invitación o denuncia, sino como un llamado a pensar quiénes serán aquellos que ahora impiden el éxito del país.