De Palestina a Irán: Netanyahu, reglas propias y un futuro sobre cenizas

Netanyahu justifica sus ataques, pero su lógica de poder desafía las normas internacionales.
De Palestina a Irán
Erick Gamarra
Erick Gamarra
Periodista
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Cuando alguien viene a matarte, levántate y actúa primero. Eso es exactamente lo que Israel ha hecho hoy”. Con esa frase, Benjamin Netanyahu sustentó ante el mundo el ataque lanzado el pasado fin de semana contra instalaciones militares en Irán, bajo la denominada Operación León Naciente, que hasta ahora ha dejado cientos de muertos. Según la autoridad, se trató de una acción en defensa propia, ejecutada en nombre de la seguridad frente a lo que percibe una amenaza inminente: que Teherán cruce el umbral nuclear y utilice esa capacidad de forma directa o para extender su influencia zonal. Desde la perspectiva del titular de Gobierno, fue un golpe quirúrgico con el fin de evitar una futura catástrofe.

Sin embargo, más allá del relato oficial, la ofensiva plantea serios cuestionamientos. En primer lugar, porque Israel sigue siendo el único país de Medio Oriente que posee armas nucleares, sin haberlo reconocido formalmente, pero con abundante documentación al respecto, entre ellos los informes del SIPRI (Instituto de Estocolmo para la Investigación de la Paz) y del NTI (Iniciativa de Amenaza Nuclear). ¿Con qué legitimidad exige el desarme de sus vecinos a la vez que mantiene su propio arsenal fuera de supervisión? Segundo, hay que tener en cuenta que el derecho internacional prohíbe el uso preventivo de la fuerza ante riesgos hipotéticos. Se avala la maniobra militar frente a una agresión real o inevitable, no por sospechas o cálculos estratégicos. No obstante, en el caso de la administración de Netanyahu, esas directrices parecen ser opcionales.

 

“Lo que estamos presenciando no es meramente una disputa geopolítica, es la consolidación de un modelo donde el poder fija sus condiciones y las normas globales se vuelven selectivas”

 

Lo que en otros países sería considerado una violación flagrante de la normativa mundial, en el caso israelí suele ser tolerado, justificado o, simplemente, ignorado. Su estatus de potencia regional, su alianza estratégica con Estados Unidos y su narrativa persistente de autodefensa, le han permitido operar con una impunidad que pocas naciones disfrutan. Esa libertad para actuar sin consecuencias le ha servido no solo en su ataque a Irán —sin declaratoria de guerra —, sino también en sostener un asedio sistemático en Palestina, cuyas prácticas son calificadas de crímenes contra la humanidad.

Mientras eso ocurre, ni los bombardeos en Teherán ni la tensión creciente han interrumpido los asesinatos ni las expulsiones en Gaza y Cisjordania. Amnistía Internacional (AI) alertó que no se debe desviar la atención. Conforme denuncia el organismo, “bajo la sombra de la reciente escalada”, el mando israelí insiste con desplazamientos forzados y bloqueos alimentarios como parte de un genocidio en curso. Otro escenario más en el que, sin temor a represalia alguna, establece su voluntad.

Lo que estamos presenciando no es meramente una disputa geopolítica, es la consolidación de un modelo donde el poder fija sus condiciones y las normas globales se vuelven selectivas. Netanyahu no se limita a enfrentar a quienes considera enemigos, ya que lo hace siguiendo una lógica que difumina los límites entre la defensa y la agresión, y la prevención y el castigo. En tanto, la comunidad internacional permanece muda, permitiendo que, de Palestina a Irán, las decisiones de un único gobierno incendien la región sin mayor resistencia. Y cuando el agresor también dicta las reglas, el futuro ya no se escribe en papel, sino sobre cenizas.