Consuelo y Bélgica, dos mujeres trans en la tunantada, la danza de la diversidad

Ambas se abren espacio en una fiesta cuyos personajes eran interpretados hasta hace poco sólo por hombres. Cada una, con su particular experiencia, ha logrado acceder a un cierto disfrute de la cultura en el valle del Mantaro.
Las dos bailan de sicaína, uno de los dos personajes femeninos presentes en la danza. Ilustración: Yayo Espinoza.
Percy Salomé
Percy Salomé
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Si una mujer grita es normal. Si un hombre grita es normal. Si yo grito es un escándalo.

Bélgica Ledesma no ha bailado este año su personaje favorito de la sicaína en la tunantada de Yauyos, Jauja, como sí lo hizo en honor a San Francisco de Asís en octubre de 2022, en el barrio Ocopilla, en Huancayo. Mujer trans, activista hace 20 años por los derechos de la comunidad LGTBIQ+ de esta ciudad, tiene fe en Panchito. La fiesta en honor a este santo suele reunir a personas de la diversidad sexual, quienes incluso llegan del extranjero para bailar en su honor.

“Bailamos con mucha devoción”, dice Bélgica.

Su activismo pro derechos LGTBIQ+ lo inició con el arte, realizando espectáculos Drag queen, en las que el showman usa ropa muy llamativa, pelucas, plataformas y vestuario admirable. Hace ocho años lidera el colectivo Diversidad Wanka, con el que desarrolla intervenciones artísticas en contra de la estigmatización hacia personas de la diversidad sexual, y lucha por el acceso a derechos en igualdad de condiciones.

Hay mucha gente que le gustaría que ni siquiera salgamos a la calle a caminar.

La discriminación que Bélgica ha experimentado por ser mujer le ha impedido avanzar en su formación profesional en el arte, que era su interés mientras estudiaba en la Universidad San Cristóbal de Huamanga. “Por los índices de insultos lo dejé. Estaba comenzando el primer semestre y ahí empieza el rechazo hacia una mujer trans”, recuerda hoy a sus 49 años.

Su lucha la ha llevado a insistir en su derecho por la educación. Ahora está por terminar la carrera técnica de enfermería en un instituto de Huancayo. Pero se pregunta si podrá ejercer su profesión. No cree que una parturienta la acepte como su enfermera en un hospital. No encuentra antecedente alguno de médicos, obstetras o enfermeras ejerciendo su carrera con su identidad trans hecha pública.

Bélgica Ledesma lidera el colectivo Diversidad Wanka. Foto: Archivo personal.

La misma discriminación vivió Consuelo Herrera, la Conchito, como le gusta que la llamen. Quería ser ingeniera agrónoma, pero abandonó la carrera tan pronto la inició. Se quedó en el tercer ciclo. Aunque, ahora, a sus 64 años, prefiere atribuir eso a su “juventud muy alocada” que vivió en aquellos años mozos. “Pero tengo una profesión que es cosmetóloga y no me arrepiento”, dice.

Conchito, quizá la mujer trans de Huancayo con mayor edad en este momento, habla sentada en su silla de estilista en su salón de belleza, al lado de su fotografía impresa en un banner en tamaño real que la muestra con el típico sombrero de una mujer sicaína: de copa mediana y ala pequeña, adornada con una cinta negra ancha que cubre casi la totalidad de la altura de la copa. La Conchito de la foto lleva también una manta matiz en la espalda que sostiene una mantilla. Está vestida con polleras multicolores con figuras de flores bordadas a mano. Zapatos blancos con tacón alto y delgado. Joyas en las muñecas de las manos.

“Tengo 29 de esas polleras”, dice. Su colección la ha ido formando poca a poco.

En la foto no lleva careta, obligatoria para danzar en la tunantada de Jauja cada 20 de enero.

Consuelo Herrera ejecuta el personaje de la sicaína en memoria de su madre, una mujer natural del distrito de Sicaya, ubicado en la margen derecha de la Carretera Central, muy cerca de Huancayo. Hace un año su progenitora partió al más allá. “Tú sabes, cuando pierdes a un ser querido, te devastas. Estoy superando ese dolor”.

Conchito ha regresado al Perú hace 12 años después de pasar buena temporada en el extranjero. Estuvo en París, la capital francesa, donde, confiesa, pudo casarse con un hombre sirio y con quien se fue a vivir a ese país. En Francia, las mujeres trans que deseen casarse pueden hacerlo, algo que en Perú aún es imposible. 

 

Ahora está por terminar la carrera técnica de enfermería en un instituto de Huancayo. Pero se pregunta si podrá ejercer su profesión. No cree que una parturienta la acepte como su enfermera en un hospital con su identidad trans hecha pública”

 

“Tuve dos relaciones de largo tiempo. He estado con un militar y con un profesor acá en Perú, pero salí al extranjero. Me fui a los 16 años”, relata. Se fue con el corazón roto, al terminar su segunda relación.

Conchito dice, “soy una de las pioneras del arte, del folclore”. “Me inicié muy tierna, a los ocho años, y sigo participando en eventos folclóricos, en las fiestas patronales del Valle del Mantaro”. Los recuerdos de aquella infancia la ubican en Lima, en La Parada. Ya se sentía femenina. Vio a un travesti con el cabello rubio, “alguien de mi gremio”, y sin que se dé cuenta lo siguió. Lo vio entrar a una peluquería. Conchito tenía hambre, no conocía a nadie. Tocó la puerta, cuando le atendieron, pidió hablar con el dueño y le contó que había llegado de provincia y quería trabajar. “Sí, necesitamos alguien como tú para limpiar el piso”, le respondió. Conchito aceptó y se quedó trabajando en el establecimiento. El dueño dice que era el peinador de Flor Pucarina.

Fue en esa peluquería que conoció, además, artistas como Pastorita Huaracina y Jilguero del Huascarán. Su jefe era parte de un conjunto de tunantada.

Hace once años, aproximadamente, miembros de la comunidad LGTBIQ+ de Huancayo bailan tunantada en la fiesta en honor a San Francisco de Asís, en el barrio Ocopilla. Conchito es una de sus fundadoras y las otras “casi todas ya han fallecido”; su compañera Maritza Orrego vive en París. Antes, la cuadrilla era de chonguinada pero resultaba muy caro financiar los gastos, que incluía ponerle la vestimenta a los varones. En cambio, con la tunantada, cuya interpretación es más libre, cada quien asume el costo de su vestuario.

En Jauja, en cambio, para que alguien de la comunidad baile la tunantada debe recibir la invitación de alguna de las más de 30 instituciones tunanteras, pues no hay una cuadrilla formada propiamente por personas de la diversidad sexual para bailar cada 20 de enero.

Por eso Bélgica se quedó sin tunantada este 2023. “No tenía cuadrilla”, dice.

Consuelo Herrera con su personaje de sicaína en una presentación de tunantada. Foto: archivo personal.

 

Bailar es un arte. Vestirse para bailar también

“Hasta la década de los 50, la tunantada era bailado solo por hombres”, dice Henoch Loayza, un profesor de Jauja que desde niño baila de chuto, el personaje que a los siete años aprendió de su padre; un hombre que hoy supera los 90 años. “Todos los personajes eran ejecutados por varones”.

El chuto que Henoch danza es un viejito vestido con pieles de oveja. Representa al poblador oriundo de Jauja, en el mestizaje ocurrido con la llegada de los españoles en el Virreinato. Aunque otros estudiosos conocen a este personaje con el nombre del Huatrila.

Henoch le llama a la tunantada la danza de la diversidad, porque allí están representados el español, un personaje que llegó a Jauja en el Virreinato; el argentino, que llegó a estas tierras a caballo siguiendo el camino de los incas [el Qapaq Nañ]; el boliviano que comerciaba con plantas medicinales. La jaujinita, mujer oriunda de la primera capital del Perú. La huanquita, procedente del valle del Mantaro. La sicaína, que iba a Jauja a vender tejidos o sombreros. El comercio que se concentraba en Jauja en tiempos remotos fue el caldo de cultivo de la tunantada.

“Que el varón se cambie, se ponga el disfraz, es un arte. Hasta para vestirse de mujer, de huanca, de María Pichana”, dice Henoch. Y recuerda que la tunantada principalmente es un gran teatro, una parodia de la sociedad y sus estratos en tiempos del virreinato e inicios de la República. Cuando bailaban solo hombres, era divertido interactuar con el público, más fácil jugar con la jaujinita o la huanquita, incluso tocarle los pechos, porque sabías que era un hombre el que está detrás de la careta.

“Cuando ingresa la mujer ya no se puede hacer eso”

 

“Quería ser ingeniera agrónoma pero abandonó la carrera tan pronto la inició. Se quedó en el tercer ciclo. Aunque ahora prefiere atribuir eso a su juventud muy alocada que vivió en aquellos años mozos. ‘Pero tengo una profesión que es cosmetóloga y no me arrepiento’

 

A partir de la década de los años ‘70 comienza el ingreso de la mujer, poco a poco. Ahora la huanquita es una dama. La sicaína también.

Fue en ese tiempo también que se da el ingreso de miembros de la comunidad LGTBIQ+ a la tunantada de Yauyos, Jauja, la danza declarada Patrimonio Cultural de la Nación en 2011.

Henoch recuerda a un médico que danzaba de jaujina, un hombre reconocido en el pueblo. Ejecutaba muy bien su personaje y nadie sospechaba que, lo dice en sus palabras, “era del tercer sexo”, como le conoce a las personas de opciones de género diferente al de hombre y mujer. En la década de los ‘80 comienza la incorporación de este grupo, ejecutando personajes de la jaujinita o la huanquita.

“Hasta que comienzan a exagerar en la danza y ya lo jóvenes no quieren bailar de huanca ni de jaujina”, dice Henoch.

“La introducción de la comunidad LGTBI se da de los años ’80 al ’90, en algunos personajes”, explica por su parte el historiador Juan Carlos Ames, también estudioso de la tunantada de Jauja. “Pero no ha sido de una manera determinante, en el sentido de que determine la festividad”, aclara.

“Se les dio espacio en algunas instituciones siempre en cuando no hicieran escándalo, por decirlo así”, afirma el historiador, también de origen jaujino, y encuentra en el uso de la careta en los bailantes una de las claves que permite las transformaciones de asumir un personaje.

En Yauyos, Jauja, es regla no quitarse la careta hasta el final de la fiesta y Consuelo Herrera está de acuerdo con esa regla y en usar bien el vestuario. 

“¿Pero qué es exageración?”, se pregunta Bélgica.

Y se responde.

“Todo lo que nosotros hagamos es escándalo para una sociedad conservadora. Si camino en la calle soy escándalo. Si me visto o muestro el busto es escándalo. Creo que todas las personas somos libres de expresarnos tal cual somos. Podemos participar en esto y muchas fiestas respetando el fervor hacia nuestros patrones, a nuestros santos y por nuestra fe”.

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[Nota de edición: Este reportaje fue ganador del VIII Concurso de Periodismo “Visibilidad LGBTIQ+: Derechos para todas las personas”, convocado por el CIES, con el Fondo Canadiense de Iniciativas Locales de la Embajada de Canadá en el Perú