¿De dónde el infierno?

Comentarios sobre el libro de crónicas Un maldito infierno y otras crónicas de Oscar Paz Campuzano (Infolectura Editorial, 2024, pp. 101).
Oscar Paz Campuzano, autor de Un maldito infierno y otras crónicas. (Foto de Jhan Franco Calderón)
Cesar Augusto López
Cesar Augusto López
Share on facebook
Share on whatsapp
Share on twitter

La crónica es una de las manifestaciones de la letra que se puede considerar, sin duda, la partida de nacimiento de la literatura peruana. Y no solo de ella, sino del continente y de la misma modernidad. Digamos que fue el primer medio para entender de la manera más fidedigna lo que pasaba y contenía el nuevo mundo. Fue el equivalente a la Internet por encima de las cartas o las glosas, importantes también, porque intentaban simultaneizar dos universos altamente distanciados o mejor llenos de distancias. Dos de las grandes líneas creativas de nuestra tradición se inauguraron con la crónica. Por un lado, Garcilaso, el Inca, buscaba expresar la mayor verdad, la realidad de nuestra historia contra equivocadas versiones mientras que Guaman Poma “cronicaba” para cuestionar el sistema político desde una perspectiva más próxima a las dinámicas de la protosociedad peruana.

Para nosotros, el segundo caso termina primando en la pluma de Oscar Paz, porque de las cinco piezas que conforman Un maldito infierno y otras crónicas, se desprende la inevitable crítica contra un sistema político, administrativo, social y cultural que poco o nada participa en pro del bienestar de los ciudadanos. A diferencia de un Garcilaso que quiso corregir lecturas y plantear un feliz encuentro de la realidad colonial, con sus claros sueños personales, Guaman Poma empleó sus recursos todos para apelar a la diferencia como un punto de apoyo contra el ignorante régimen hispano. Paz nos deja ante esa prueba de heterogeneidad en sus crónicas como manifiesto de que algo no se ensambla en nuestro tiempo actual, que, desde nuestro punto de vista, no ha conseguido ensamblarse y, más aún, no sabemos si deba.

La crónica periodística, de la cual Paz intenta darnos explicación en su prólogo, sin duda no es necesariamente ficción, pero recurrir a los mecanismos macroestructurales de la misma, procuran darle el impacto a la verdad que, de una u otra forma, ha ido perdiendo en los últimos años. Pero no se crea que este es un recurso nuevo; los padres de nuestra crónica recurrieron a ellos, el segundo más que el primero, incluso, y contra la propia lengua, por los dibujos que colocó en su amplio texto. Volviendo a la propuesta del cronista que reseñamos, recurrir a la estética como medio de persuasión, pero como medio de suspensión de la indolencia como criterio de vida nos parece un buen punto de partida. No hay manipulación, sino narración de hechos desde sus diversos tiempos y puntos de vista para que el lector comprenda que las vidas de las personas retratadas en las crónicas de Un maldito infierno están demasiado cerca de cada uno de nosotros y merecen el mismo espacio de atención que exigimos. En todo caso, la crónica de Paz procura instalarse en el espíritu de nuestro tiempo, ya que la crónica tendría un “alma” (p. 16), según su sentir.

Puede que uno de los motores del libro se encuentre en el reconocimiento de que, en el Perú, no habría ley o, en todo caso, esta solo mostraría contradicciones de la vida práctica del ciudadano. En términos de Paz, y resumiendo, el civil fracasó como civilizado (p. 23-24). Todas las crónicas, de una u otra forma, constatarían esta tesis. Así, no habría que ir muy lejos para encontrarse con el maldito infierno que se anuncia. Este, sin embargo, específicamente se refiere a la deflagración de una cisterna de GLP en enero del año 2020; uno que pudo haberse evitado si tan solo se hubiera cumplido con el mínimo de civismo, pero no, hacia el final la sentencia es clara para nosotros porque Lima es “ciudad de tragedias, de espantosas tragedias” (p. 25). Fuera de que este juicio sea una verdad, tanto en la crónica como en la inmediata experiencia del sicariato, este es un recurso constante en todo el libro. Se busca generar una pausa anticlimática con el ritmo narrativo para que máximas como esta resuenen en el lector. Una decisión funcional y que cumple con éxito su cometido.

“Las crónicas del libro consiguen su cometido: acompañar a una diversidad de personas en su digna resistencia contra el devenir de las cosas”.

En la segunda crónica se acompaña a la esposa del último héroe nacional, Alberto García Rojas, y cómo su esposa busca que se le reconozca. A pesar de que es claro el derecho de tal mención, once años marcan la batalla de la mujer por recibir lo justo por parte del Estado que su marido defendió con su vida en el conflicto con el Ecuador. Dividida en tres secciones, el empleo del flashback o analepsis, salto atrás en el tiempo, nos permite comprender el cuadro y los compromisos que asumimos, incluso hasta parecer absurdos en el tiempo. Pero no, una ética del cumplimiento, una que no nos permitiría caer en lo incivilizado, marca la acción de Julia Panta Quevedo, mujer de un héroe peruano, del cual, incluso, cuida sus restos recuperados.

La vida y la muerte o como se conjugan estas también es otro de los ejes de las crónicas propuestas por Óscar Paz. Además de esto, la mitificación aún se mantiene presente en la tercera crónica, la cual gira en torno a una momia y su impacto en el imaginario de una localidad hasta el punto de que se la consigue ver viva (p.61). No obstante, esta misma presencia del pasado en el presente a través de aquel cuerpo desenterrado puede ponerse en cuestión, ya que esta especie de ambigüedad temporal “Quizá se trate el mismo suplicio al que están condenados casi todos los pueblos de la sierra peruana: un olvido sistemático y vergonzoso. Aquí, el mal, tal vez, quien sabe, no tenga condición divina” (p. 65). Tal vez el infierno verdadero sea el olvido; uno que se orienta en la sierra peruana como una especie de reclamo colonial que el cronista nos permite observar y que acusa de un mal sin fondo, sin metafísica, un mal hecho de la pura práctica de solo vivir, y nada más.

La presencia del salto en el pasado es más contundente o presente en las dos crónicas que siguen. En el primer caso, se intenta reconstruir el asesinato de cuatro hombres, en el año 2007, y dejar al descubierto un escuadrón de la muerte en Trujillo. Fuera de esto, y como es de esperarse, la impunidad, al parecer, impera, porque el fallecimiento de un posible asesino impide que se mantengan las investigaciones y el debido juicio. Algo similar, pero sin tanta cámara como en el caso Fujimori. Esta es una crónica que bien pudiera acompañar una serie de casos en los que el infierno es simple y llanamente la imposibilidad del ejercicio de la justicia. Este mismo aspecto de repite en la última crónica, pero en el panorama de un accidente cruento que se llevó la vida de 38 personas en el 2010. Una vez más los flashbacks nos permiten comprender la situación, ya que no solo se reconstruye el tiempo, sino los espacios por los que transita la muerte que siempre nos ofrece un contrapunto al que deberíamos estar abiertos.

¿De dónde el infierno, entonces, como preguntamos al inicio de esta reseña? Del incumplimiento de la justicia, del olvido, del retraso o el rechazo de la verdad en contra de quienes merecen respuestas concretas para remediar su dolor. Eso, el infierno es percatarse de que, si recuperamos el tiempo perdido, si investigamos en él, descubriremos no solo nuestra condición pasajera y débil, sino que esta es agudizada por una desidia sistemática y por una afición, casi enfermiza, en nuestro país, por el incumplimiento de la justicia. Podríamos hablar de una tradición orientada hacia el mal, como el mismo Paz deja entrever en sus textos. Por este motivo, por incidir en la grieta descrita es que las crónicas del libro consiguen su cometido: acompañar a una diversidad de personas en su digna resistencia contra el devenir de las cosas, un devenir que podría vencer a cualquiera, pero que encuentra en sus testimonios la resistencia suficiente para el agudo oído del cronista.