El padre Javier Castillo falleció a los 87 años, vivió como predicó y nunca cobró por una misa

Hizo votos de pobreza y vivió con humildad. La misa será este jueves en la Catedral de Huancayo y su entierro en Orcotuna.
El Padre pobre, siempre rodeado de afecto y humildad.
Carlos Ordóñez
Carlos Ordóñez
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Ya no se escucharán sus pasos por las calles de la ciudad ni en los pueblos más alejados. Tampoco en los pasillos del Arzobispado, en las parroquias ni en el Seminario. A tiempo y destiempo, proclamaba la Buena Nueva, anunciaba a Jesús con voz profética, fuerte, clara y sin medias tintas. Hoy esa voz ha partido al encuentro del Señor.

Este martes 9 de julio falleció el reverendo padre Javier Castillo Arroyo, sacerdote diocesano, catequista incansable, docente, escritor de fe y guía espiritual para generaciones de fieles en Huancayo y el valle del Mantaro. Su partida deja un profundo vacío en la Iglesia local y en quienes lo conocieron.

Hace falta su presencia en estos tiempos de crisis de valores y ética, su forma de ser, polémico a veces, discrepante, al estilo de José Antonio Pagola, el sacerdote español que también fue como él un creyente apasionado por Jesús.

Los fieles recuerdan con cariño aquellas hojas con el evangelio dominical que repartía con esmero. Primero escritas en su vieja máquina de escribir, luego impresas con mimeógrafo y más adelante desde la computadora, las difundía gratuitamente y hasta hace poco también por redes sociales. Era una tarea que realizaba con puntualidad y responsabilidad. Cada semana, una reflexión que llegaba con humildad como la Palabra viva de Dios.

Nació en Orcotuna, en el esplendor del valle del Mantaro, el 29 de diciembre de 1938. Fue el segundo de seis hermanos: Libia, Javier, Adelaida, Julio, Augusto y Elva. Hijo de Teobaldo Castillo Osorio y María Arroyo Vásquez, tuvo una infancia feliz. Estudió en su tierra natal y luego en el colegio San José de Jauja.

La mesa del Padre pobre, registrada en nuestra última visita. Allí escribía, oraba y servía.

En septiembre de 1951, luego de ganar un concurso de catecismo, manifestó su vocación al ver pasar a un sacerdote en las calles jaujinas. Así ingresó al Seminario Santo Toribio de Mogrovejo de Lima, con el apoyo de su familia, en especial de su hermana Libia, y del Arzobispado de Huancayo.

Tras su ordenación sacerdotal viajó a Roma con el padre Ángel Acuña para continuar sus estudios. Aprendió francés y obtuvo una beca para una universidad en Francia, donde alcanzó el grado de doctor. Regresó al Perú en 1966 y sirvió en parroquias de Huayucachi, La Merced, Concepción, la zona altina, Pachacayo y más adelante en la parroquia de la Medalla Milagrosa.

Fiel al espíritu del Concilio Vaticano II promovió una Iglesia comprometida con el pueblo, crítica y cercana. Durante décadas escribió artículos semanales que distribuía gratuitamente, además de ejercer la docencia en el Seminario San Pío X y en colegios de Huancayo.

En los últimos años permaneció en casa, afectado por la enfermedad y la edad. Se comunicaba por escrito, rodeado del cariño de su familia. A sus 87 años deja el ejemplo de un sacerdote que nunca cobró por una misa ni por los sacramentos. Hizo votos de pobreza y vivió como Cristo, humilde, sencillo, sin buscar honores ni aplausos, con su alforja al hombro llena de papeles y evangelios.

Como Iglesia presentamos nuestras más sinceras condolencias y elevamos nuestras oraciones por su eterno descanso. Que el Señor le conceda la paz prometida a sus siervos fieles. Pedimos también por sus seres queridos para que encuentren consuelo en este momento de dolor. La misa de cuerpo presente se celebrará este jueves 11 de julio a la una de la tarde en la Catedral de Huancayo y su entierro será en el cementerio de Orcotuna, su tierra natal.