“A veces pienso que soy cual riachuelo andino, sonoro, tranquilo, frágil; que pasa besando las piedrecitas, las raíces de plantas silvestres, las hojas de los árboles y algunas flores, pero que pasa y pasa, y en su recorrido jamás se detiene”. Ese pensamiento dejó Víctor Alberto Gil Mallma, el Picaflor de los Andes, al referirse a algunos de sus éxitos. En esas palabras —cargadas de calidez y cercanía—, el cantautor andino más importante que ha existido en el Perú lanza, quizá sin proponérselo, una verdad que lo retrata por completo: él no se rindió, y su legado tampoco deja de avanzar. Ni el tiempo logró frenar el curso de su canto ni el poder de sus mensajes, que siguen iluminando como rayos del sol a los corazones del pueblo. Sus expresiones son el himno cotidiano de millones: en la pena, la fiesta, la nostalgia, la celebración y en la lucha.
El ‘Genio del Huaytapallana’ nació el 8 de abril de 1928 en Huancayo. Desde temprana edad estuvo vinculado al trabajo, ya sea en el campo, en la ciudad o en las minas. Posteriormente, fue chofer y recorrió muchas regiones, lo que le permitió conocer de cerca las variadas caras del territorio nacional, sus contrastes y similitudes. En la canción “Por las rutas del recuerdo” —que debe ser el mejor huayno de la historia del país—, la voz de ‘Picacho’ recorre el suelo patrio con memoria viva, deteniéndose en distintos parajes y rindiendo honores no solo a su belleza o cultura, a su vez a sus batallas, reivindicaciones, amores, dolores y festividades. Con una mirada personal, social y política, construye un mapa emocional que conecta al Perú que fue con el que todavía somos.
“…El ‘perucho’ sigue encontrando razones para sostenerse: la comida, la tierra, los legados, y esa forma tan nuestra de resistir y/o denunciar cantando”
Y es que, como todo un viajero, ‘Picaflor’ fue testigo de las vías gastadas, olvidadas o sin pavimentar. Caminos a los que la centralización y la ineptitud de las autoridades locales rara vez les dan buen trato, convirtiéndolos en un obstáculo para la interconectividad. A veces solo necesitaba algunas declaraciones para describir la realidad, por ejemplo, en “Caminito Polvoriento”. En otras ocasiones, poético y punzante, tal cual, en “Aguas del Río Rímac”, en el que combina una lírica de tragedia colectiva y sufrimiento personal, añadiéndole un retrato costumbrista. Es un tema que muestra cómo, a pesar del dolor, de las pérdidas y del abandono estatal, el ‘perucho’ sigue encontrando razones para sostenerse: la comida, la tierra, los legados, y esa forma tan nuestra de resistir y/o denunciar cantando.
Desde otros horizontes, Víctor Alberto habla del migrante, de aquellos que parten a las grandes ciudades en busca de mejores oportunidades. En “Barrio Piñonate”, ‘Picaflor’ no se centra en el rechazo a Lima, sino en un afecto contradictorio. El sitio en mención —un símbolo de migración andina en el centro limeño— no es simplemente un lugar físico, es uno emocional. Un “hogar prestado” en el que el foráneo creó raíces nuevas sin olvidar las antiguas, narrando un conflicto amoroso con una “paisana”. La capital se convierte en un escenario donde los lazos pueden desgastarse, en medio de lo hostil de la querida gris limeña.
“Si Argentina tuvo a Atahualpa Yupanqui y Chile a Víctor Jara, el Perú tiene a Picaflor de los Andes”
El artista honra al campesino, al obrero, al minero… pero también le dedica versos a su querido Huancayo. Y aunque muchos han intentado situar su origen lejos del Valle del Mantaro, su familia dejó en claro su raíz wanka. ¿Qué más prueba que “Yo soy huancaíno, por algo” o “Huancayo Contuchaca”? En ambas, canta con emoción y valoración por esta nación incontrastable, trabajadora, guerrera, fiestera y alegre. Y ya centrándonos en lo íntimo, en “Mi chiquitín” —en representación de todos los progenitores— nos deja un himno que bien podría ser universal: una oda al aprecio del padre hacia el hijo. Mientras tanto, en “Mi casita”, aunque la relación de pareja se quiebra, el cantante brinda una frase que no pierde vigencia: “De nada vale el amor sin comprensión”. Y a pesar del fracaso sentimental, que es parte de la existencia, el hogar es un santuario digno, silencioso y protegido.
“Santuyuqmi”, “Llorando en Pachamalca”, “Gorrioncito”, “Un pasajero en tu camino”, “Yanaponcho” y otros temas, aparentemente sencillos de entender, pero hondos por lo que significan. Canciones con mensajes al ser humano y su vida hecha de luces y sombras; a las colectividades, sus creencias, tradiciones y luchas; a la tierra y sus regalos naturales. Siempre con ese equilibrio entre celebrar lo que tenemos como peruanos y señalar, sin titubeo, las injusticias que nos atraviesan. Más allá de las comparaciones —que a veces resultan odiosas—, si Argentina tuvo a Atahualpa Yupanqui y Chile a Víctor Jara, el Perú tiene a Picaflor de los Andes.
Y antes de cerrar, aprovechando que estamos a cincuenta años de su partida, bien vale hacer una pausa y abrirle un espacio al justo agasajo. Este lunes 14 de julio, a las 7:00 p. m., en el Teatro Municipal de Lima, distintas voces se unirán para rendirle homenaje, no por costumbre, sino porque su canto —el del artista andino más grande del folclore peruano— aún sigue siendo insuperable.