Los cuentos del gato de Atilio Reynaga Calderón contiene ocho narraciones contadas en un lenguaje que, como decía el crítico Antonio Cornejo Polar en su libro importantísimo Escribir en el aire, se escribe sobre un “papel de viento”, en “el aire”, cuyo instrumento principal es la voz, y desde esa materialidad, la de la oralidad, se hace la construcción de estas ficciones que oscilan entre dos lenguas, el español y el quechua de Andahuaylas, manifestando así el carácter heterogéneo de nuestra cultura, nuestra realidad.
Si bien elemento homogeneizador es el mestizaje, basado principalmente en la religión cristiana católica, existe equilibradamente una síntesis cultural más abarcadora, una armonía en estos cuentos de Atilio Reynaga que nos hablan de la interacción actual y viva de los dioses ancestrales, prehispánicos, con los hombres comunes de hoy, incluso con las nuevas tecnologías. Vemos en estos cuentos una sociedad que se autodelimita, se autocastiga, se automedica, y es así que sabe vencer las adversidades. Es decir, crea un orden en base a esa hibridez cultural.
Son cuentos de realismo mágico, de lo real maravilloso, que conjugan con las leyendas, con esa integración que solo el flujo oral logra entre el plano mítico y el plano realista. Sus mensajes con ecologistas, pero no de un pensamiento que proviene de la culpa occidental, sino de la tradición milenaria de nuestros apus, lo que nos ha enseñado Lasimarka, Sanjichu y todo el valle del Chumbao, a través de esos ciclos regenerativos que nos enseña la naturaleza con su poder y sus frutos, con sequias o con plagas como el Covid, y esa restauración dada en la inocencia, retratada en los niños, con esa mirada de respeto a los sabios ancianos.
Así como vemos en el primer cuento Luna llena en Qutumarka cuando “habló en voz alta don Hildebrando, hombre viejo y sabio: —¡Caballeros, lindas damas, veo en ustedes que estamos olvidando nuestra historia, no hagan daño a ese gallardo animal, no recuerdan que es el ser que siempre acompañó en las batallas a nuestros antepasados los valerosos Chancas, junto a los generales Anquwayllu, Astuwaraka…”
“Los cuentos del gato de Atilio Reynaga Calderón se lee con la fluidez que otorga la claridad del pensamiento y del alma”.
La flora y la fauna se integran al pueblo en algún momento de las historias, como cuando y cito del mismo el primer cuento: “con mucho respeto pusieron al puma en un pedestal junto al valeroso general Anquwayllu”. O en el cuento Los once perdidos que trata de dos ámbitos, el mundo de los seres humanos y el bosque: “Hace muchos, pero muchos años, en un bosque de capulíes, rakirakis”, a donde escaparon para salvaguardar su amor los dos jóvenes enamorados, Isabela y Mayu proveniente de las laderas de Lasimarka.
Hay un bonito mensaje allí. Cito: “No ven que nuestras almas están en cada uno de esos animalitos que acompañan a Isabela y Mayu, escuchen esa música divina que producen los corazones que al unísono emanan”. Es un mensaje integrador, de armonía que enseña la tradición popular para dar ruta a la Modernidad. Cito esta fusión en estas líneas finales del mismo cuento: “A partir de ese entonces al bosque de las cataratas se le conoce como ‘Los once perdidos’, que se encuentra a unas seis a siete cuadras del Instituto Nacional Agropecuario Nº 08 de San Jerónimo”. La narración oral fusionándose con la ciudad letrada, como diría el crítico uruguayo Ángel Rama.
La religiosidad sincrética la vemos en ¡Ay niño niñucha!, entre la imagen de la Sagrada Familia, el pesebre y el niño Jesús, junto al “amiguito que mora en la higuera”, personaje de “los buenos, bromista y juguetón”. La enseñanza ética del cuidado de la naturaleza, de la aceptación de la vida, incluso de la muerte, está en el cuento El ladrón de piedras, que ocurre en el río Chumbao. Dice el narrador del protagonista: “en medio del lecho, siempre la silueta de un hombre ya maduro, un tanto encorvado, pero recio, recogiendo piedritas en un antiguo balde de lata”. Igualmente en Ñawin, la sabia y divina es la mamá Rosa, la Mamallá, quien es agua, la mama Yaku. La fe indomable e inquebrantable se ve en el cuento La estancia de los Apus Pichiwkara y Qunchatuyru, donde se hace un paralelismo entre los apus Pichiwkara y Qunchatuyru y la pareja compuesta por don Isaac y doña Juana, que finalmente sintieron “las manos protectoras de las montañas” sosteniéndolos para no dejarlos caer. Cuidar nuestro hábitat y la vida es nuestra misión, nuestro único destino. Lo vemos en “los ángeles custodios de los arroyos de Huaracco Occo, a quienes siempre se les ve corriendo y jugando alegremente”, en el cuento El «encanto» de Tinkuq Wayqu. Y en el relato que cierra el libro, Qué terrible nuestro Compadre, en donde se cuenta la enfermedad del Covid 19 que asoló el mundo, el padecimiento de las víctimas, pero que trajo una enseñanza de solidaridad y de fe, de esa fe que “mueve montañas”. Solidaridad de la familia, amistades y personal médico, como se dice en el cuento: “Es totalmente cierto, muchos de los ángeles están en la tierra y no hay poder tan grande como la oración”.
Los cuentos del gato de Atilio Reynaga Calderón se lee con la fluidez que otorga la claridad del pensamiento y del alma. A veces pensamos que el mundo es más complejo de lo que en realidad es. Mucha filosofía se ha escrito y muchas religiones se han hecho la guerra. Pero de lo que estamos seguros, y que la lectura de este libro nos hace recordar, es que somos parte de la misma naturaleza, y ella es nuestra mejor maestra. Nos une nuestra identidad, y nos enseña cómo cuidar el suelo y el cielo, y es con ese respeto que, igualmente, con horizontalidad y solidaridad, nos abrimos al mundo, identificándonos con sus tragedias y abrazándonos con esa hermandad que nos hace recordar que habitamos el mismo mundo.