Contadora, banquera, regidora, alcaldesa, congresista, ministra y docente. Todo eso y mucho más era Gloria Montenegro. Política de vocación y feminista de convicción, siempre dispuesta a participar en cuanto espacio de incidencia le propusieran, mientras tuviera como fin mejorar la vida de los más vulnerables, sobre todo las niñas y las adolescentes. Articuladora nata, conseguía sentar en la mesa gentes y opiniones de toda naturaleza, y despertaba ilusión con cada idea, porque Gloria nunca desfallecía. Siempre narraba sus comienzos vinculados a su papá, un militar que le decía “si vas a meterte en política, tienes que asumir que te van a insultar como mujer. Si lo tienes claro, entonces cuenta con todo mi apoyo”. Y sí, en su vida tuvo de su lado no solo mujeres sino hombres que creyeron en ella y en su visión, siempre un paso por delante de su tiempo. Hombres como su esposo Juan Elías, quien la acompañó hasta el final, siempre a su lado, ni delante ni detrás, en el respeto e igualdad que ella pregonaba.
Pizpireta y con la energía de una chibola, nunca tenía un “no” por respuesta. La buscaban de todos los rincones del país para pedir ayuda. Y me consta, porque Gloria era un oráculo abierto 24/7 que a cualquier hora te llamaba: “chola, ¿tienes tiempo para un casito?”, y ahí te pedía un dato para un grupo de maestras rurales que sufrían acoso por parte de un director, o para conseguir trabajo para mujeres víctima de violencia. Cómo me gustaba ese “chola” de hermandad, de darse la mano a cambio de nada. Nunca filtró si quien la buscaba desesperadamente era pobre, rica, migrante o contrincante. Nuestras últimas conversaciones fueron sobre la necesidad de recuperar los espacios y derechos que las mujeres estábamos perdiendo y de cómo el feminismo quizás, por abarcar mucho, apretó poco. Nos preguntábamos si era hora de volver a las bases y enfocar los esfuerzos en los derechos fundamentales, esos que aún siguen pendientes: empleo formal, igual salario a igual trabajo, protección de la maternidad y la niñez, cero tolerancia al acoso a las mujeres en todos sus espacios —políticas y periodistas incluidas— y, sobre todo, un derecho innegociable a vivir sin violencia, en todas sus formas.
Mujeres que se expusieron al difícil mundo de la política desde la convicción y no la agenda personal deben ser recordadas en tiempos en los que la autenticidad en la política es un fenómeno en extinción. Gloria está ahora poniéndole su mandil rosado a San Pedro y debatiendo con los ángeles sin sexo sobre la importancia de respetar los amores de quien siente diferente. Seguramente habrá ya conformado una mesa de diálogo entre arcángeles para hablarles de su Trujillo, de sus niñas awajún y wampís, de sus lideresas comunales, de la precaria atención a las mujeres en las comisarías y de las puntas de cerro a las que no llegan el estado ni la justicia. Y pronto, habrá convencido a las ánimas, con su gran sonrisa rojo carmín, que a pesar de las dificultades de su limbo, la contienda por las mujeres bien vale el esfuerzo. Te ganaste tu descanso, cholita linda. Misión cumplida.