Día de la Madre: Doris, la adulta mayor que acuna todos los días a su hija ausente

En el albergue para adultos mayores de Huancayo, Doris, marcada por la pérdida de su hija, revive cada día el amor materno a través de un gesto tierno y silencioso: acunar a su hija ausente.
Con las trenzas hechas y el rostro sereno, Doris Calderón mira el vacío, como si esperara algo que no llega.
Carlos Ordóñez
Carlos Ordóñez
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En una sala tibia del albergue para adultos mayores de la Sociedad de Beneficencia de Huancayo, una mujer de entre 60 y 70 años alza los brazos al aire como si cargara a un hijo. Lo mece, lo besa, lo acaricia con una ternura que estremece. Nadie la ve llorar, pero su rostro cambia: de una sonrisa leve pasa al llanto silencioso, fingido quizá, pero más real que muchas lágrimas.

Ella es Doris. No habla. No escucha. No ve. Tiene discapacidad múltiple y, sin embargo, su cuerpo entero conserva una memoria: la de haber sido madre.

Cada vez que se encuentra con alguien, repite el mismo gesto. Acuna a su hijo ausente entre los brazos. Lo sostiene con cuidado, lo abraza, le murmura algo que solo ella puede entender. Luego, como si el alma se le quebrara de nuevo, deja caer el rostro hacia un costado, en una expresión de pena profunda. Como si el tiempo no hubiera pasado. Como si la pérdida siguiera siendo hoy.

Una prima lejana es quien habla por ella. Dice que Doris tuvo una pareja, un efectivo policial, y que juntos tuvieron una hija. Sí, una hija. Se amaban, o eso parecía, hasta que él se llevó a la niña. Se la arrebató. Nunca más volvió a verla. Desde entonces, la pena hizo nido en su cuerpo. Los llantos escondidos, la depresión y el abandono la arrastraron hasta este asilo, donde vive desde hace más de doce años. Aquí perdió, poco a poco, sus facultades, pero nunca el recuerdo.

Doris no puede contarle a nadie su drama, pero lo revive cada día. Lo dice sin palabras. Lo representa en ese pequeño ritual de amor materno, en esa cuna imaginaria donde su hija sigue siendo niña. Para ella, cada Día de la Madre es igual que todos los días: una espera sin respuesta.

No es la única. Aquí también está Rebeca, que fue recogida de la calle. Tuvo dos hijas: una vive en Chongos Bajo, de la otra no sabe nada. A veces alguien la visita, pero dicen que solo es una conocida. Rebeca pregunta por sus hijas, se emociona cuando ve niños. Cree que alguno es su nieto, lo abraza, le besa la cara. Después llora.

Está Sonia, que sí recibe visitas. Sus hijos la quisieron llevar de vuelta, pero ella prefirió quedarse. Dice que en este albergue se siente en casa. Aquí no la ignoran. Aquí la escuchan, aunque no pueda hablar con claridad.