José Carlos Mariátegui y su hermano Julio César fueron figuras centrales en la renovación del panorama editorial peruano al fundar la editorial Minerva, cuya sede se inauguró el 31 de octubre de 1925 en la calle Sagastegui 669, en pleno Centro de Lima. Desde sus inicios, Minerva operó como un auténtico aparato estético-político: una configuración técnica de la sensibilidad —en el sentido propuesto por Jean-Louis Déotte— que intervino en el régimen dominante de visibilidad. En un contexto marcado por la hegemonía del saber conservador y colonial, su labor editorial puede entenderse como una redistribución de lo sensible —siguiendo a Jacques Rancière— al visibilizar otras voces y sensibilidades, y abrir el horizonte a nuevas formas de imaginar, habitar y transformar el mundo.
El debut editorial de Minerva fue La escena contemporánea, escrito por el propio José Carlos. Este lanzamiento no solo marcó el inicio de su catálogo, sino que también dio lugar a la expresión de una de las mentes más lúcidas y originales del pensamiento latinoamericano del siglo XX. La obra fue recibida con notable interés tanto en los círculos académicos como en los políticos, pues ofrecía una aguda radiografía de la situación internacional de una manera crítica y comprometida. Su mirada no se limita a Europa occidental —aunque dedica especial atención a ella—, sino que también se extiende hacia Asia y Oriente, anticipando un enfoque geopolítico global en su reflexión.

En este contexto, uno de los aspectos más relevantes de La escena contemporánea es su lectura temprana del surgimiento del fascismo en Italia. Mariátegui describe con claridad a Benito Mussolini, un líder que, en medio de la crisis de la democracia liberal, logra consolidarse como una figura carismática al ofrecer una alternativa que aparentaba ser revolucionaria. Sin embargo, el análisis del Amauta no se deja cautivar por la superficiedad del fenómeno italiano porque sostiene que el fascismo no representa una verdadera alternativa, sino una reacción violenta ante el avance del socialismo y la crisis del orden burgués. En lugar de romper con el sistema capitalista, el fascismo lo refuerza mediante mecanismos autoritarios y conservadores.
Frente a ello, Mariátegui reivindica el comunismo como la única propuesta verdaderamente transformadora, una alternativa viable y necesaria para responder a las profundas desigualdades de su tiempo. Su postura no es meramente política, sino también una apuesta estética, es decir, una redistribución de lo sensible, en la cual se trata de construir un orden nuevo sobre bases de justicia social y emancipación humana.

La editorial Minerva, entonces, se posicionó como un espacio de pensamiento crítico, comprometido con los desafíos de su época. Este aparato estético-político desempeñó un papel decisivo en la democratización de la palabra, desafiando el canon centralista y elitista que dominaba el ámbito editorial peruano. Abrió sus páginas a voces provenientes de las regiones, integrando así el pensamiento y la sensibilidad del país profundo. Fue el caso del cajamarquino Mariano Iberico (El nuevo absoluto, 1926), del moqueguano Luis E. Valcárcel (Tempestad en los Andes, 1927) y del huancaíno Serafín Del Mar (Radioprogramas del Pacífico, 1927), destacados autores cuyas obras mantienen hasta hoy una propuesta original.
Al mismo tiempo, la editorial dio un lugar destacado a la palabra femenina, en un contexto aún dominado por la hegemonía masculina. Publicó, por ejemplo, Una esperanza i el Mar (1927) de la poetisa Magda Portal, así se inscribió la voz de la mujer en este proyecto editorial disruptivo.

Este año, el Grupo Heraldos Editores que dirijo lanzará una edición conmemorativa de La escena contemporánea, respetando la tipografía y la numeración originales, y reconstruyendo la portada de 1926. Este gesto editorial va más allá de un simple homenaje al libro y a su autor. Es, sobre todo, un tributo a la editorial Minerva, ese espacio pionero donde la palabra se convirtió en herramienta crítica y la edición, en acto político. También, nos enseñó que una editorial no es solo un vehículo de difusión cultural, sino un lugar de disputa estética-política. Al reeditar esta obra fundacional en un contexto atravesado por el resurgimiento de fuerzas conservadoras y autoritarias, afirmamos nuestra voluntad de resistencia. Por ello, reivindicamos el poder de la palabra impresa como trinchera, y el legado de Mariátegui como faro para imaginar un país libre, plural y justo.