Los sabores de Gutiérrez

Comentarios sobre el poemario Sabor de sidra de Teófilo Gutiérrez.
Teófilo Gutiérrez, autor del poemario Sabor de sidra. (Foto: Wilber Huacasi).
Julio Alexis León Gálvez
Julio Alexis León Gálvez
Doctor en literaturas y lenguas hispánicas por New York University.
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Leer las publicaciones de Teófilo Gutiérrez (Jaén, 1960) es casi un misterio. Lo ha sido con su obra narrativa de impecable belleza pero cuya difusión siempre ha sido escasa, aunque esto último, claro, no tiene nada que ver con el oficio y la factura de su producción. Quizás la responsable haya sido la crítica literaria de estos lares, muchas veces miope, descuidada y, la mayoría de las veces, atenta más al amiguismo que al valor estético de un producto, o, en el mejor de los casos, distraída con un autor que más va preocupado por su poesía que por aparecer en los escaparates de los que solo quieren figurar para la efímera posteridad de un noticiero. Lo cierto es que Gutiérrez ha publicado los libros de cuentos Tiempos de Colambo (Sanval, 1996) y Colina Cruz (Hipocampo, 2011), textos con los que nos acercamos por primera vez a su literatura y confirmamos su condición de estupendo cuentista y fino narrador. Por ello, ahora, nos sorprende leer su poesía, Sabor de sidra (Hipocampo, 2023) y comprobar que su pluma se mueve igual de consistente: con la firmeza lírica de quien ejerce el oficio con talento y rigurosidad.

Desde el título, Gutiérrez nos advierte que su poema no solo está hecho de palabras sino también de sabores y… de sonidos… y de la realidad esencial, que se huele, se sabe, se siente en los versos: “Sabe este Sabor de sidra/ mientras tanto/ ulula el viento/ entre las hojarascas/ yéndose a oír/ el canto/ de luisas.” 

No cabe duda que en la tradición poética peruana (y en toda la lengua española) no cesa de dejar su huella la insuperable impronta del peruano que fundó una nueva forma de escribir y que hasta hoy pervive, César Vallejo. Toda la producción poética después de Trilce (1922) se inscribe como su legado; de algún modo, los poetas que vienen a continuación hablan, escriben, poetizan en la lengua de Vallejo, la gran sombra tutelar. El gran reto de los poetas posteriores a Vallejo es cómo continuar renovando o recreando esa gigantesca herencia. Una herencia que, en el caso de nuestro escritor reseñado y continuando con el eco vallejiano, adquiere, en su escribir, ese soplo existencial que nos permite entrever aquellos vericuetos de la humanidad que siempre está allí, pero que muchas veces no vemos. Es así que Gutiérrez se desliza suavemente en estas reminiscencias y, de manera densa y, al mismo tiempo ligera, nos dice en el poema “Tres”: “Universo juego de dados/ anda que mete los ojos conjuga/ cabalgando para tantear la noche/ en el punto exacto/ cuenta las horas y apura la etiqueta/ para amarrar el dedo gordo del pie.”, o en el poema “Catorce”: “ …/ tal vez diríase de ordinario/ el chorro en la piedra verde/ agrupas palabras formatea el fósil/ el hundido hueso/ es perfecto el perfil del vaso/ babosa está la tarde final/ bebamos aún.”, así asume y recrea aquellas huellas de la que es continuador y las plasma en estos versos cuya resonancia dan cuenta de su filiación.

“Leer este poemario es un placer, como debe ser en todo texto artístico, pero además es literatura que invita a la reflexión”.

Por otro lado, asumiendo ese legado, el poeta manifiesta su singular y desenfadado humor en “Fe”: “… y se caga de risa y hasta contamos chistes, pero retorno al instante místico en la madrugada verdemoco mister Blum y el sol tibio burila el fin de la estancia porque entonces solo digo: ¡adiós Virgencita de Chapi, ay nos vidrios!…”, y el erotismo en “Uno”: “El camino nace y termina/ en el estertor de la garganta/ entre cañabravas/ la erupción del pecado/ y la mujer se despulga/ de puro viento/ dejándome/ ese temblor de jazmín.” La coloquialidad de esta lírica dejan la sensación de una realidad que circunda al yo poético en todo el poema y, al unirse al recuerdo que está presente en casi todos los versos, tenemos la inescapable impresión de que estas imágenes no solo se leen sino que también emiten un universo que se saborea, se huele, se siente.

En su íntima relación con el mundo que recrea, el sabor de sidra que intenta captar el poema se encajona en la nostálgica realidad de imágenes que imagina o no el yo poético. Aunque lo cierto es que en el poema “Protestantes”, en Perú, es imposible desconocer el referente. Asombrosamente, el poeta quiebra su bucolismo nostálgico y nos entrega estos versos cuya  connotación de rechazo a las injustas muertes ocurridas convierten y dan un giro inesperadamente político a estas líneas que no pierden su fuerza lírica y nos confirma que el poeta, como todo hombre, no puede ser ajeno a su tiempo y a su historia: “… como dicen en la caja boba que la ráfaga entró a la piel de los invisibles como indígenas como quechuas como aymaras como solamente peruanos y entonces determinan al toque nomás que ellos mueren por sí mismos … oigan, hijos de puta ¡mírenlos!, no son de brisa, son de arcilla irrompible como el acero como algo más.”

Sabor de sidra es un libro que merece la atención de la crítica, aquella que le es esquiva y la otra también, porque en esta su primera entrega poética, Teófilo Gutiérrez se revela y se vislumbra como un autor de fuste que, creo, tiene mucho más todavía que entregar a la literatura peruana. Invito a los lectores a leer Sabor de sidra para que, haciéndolo, ingresen a una textualidad construida de palabras, sabores, sonidos y olores traducidas en un imaginario que se queda impregnado, flotando en nuestra conciencia y resistiéndose a abandonarnos. Leer este poemario es un placer, como debe ser en todo texto artístico, pero además es literatura que invita a la reflexión al penetrar en los resquicios de la memoria e interpelar lo insondable de nuestra condición humana.