Corría 1984. Aníbal Yaurivilca Balvín era un niño de ocho años. Estaba mal del corazón. Tenía que ir a Lima para que sea tratado, conforme recomendaron galenos del hospital El Carmen de Huancayo. Pero no viajó y una semana después falleció en su casa, en Chongos Bajo.
Aquel niño tendría hoy 38 años de edad. Quizá le habría traído nietos a su madre, la agricultora y comerciante Victoria Balvín Muñico. Pero no. Ahora ella lo carga con una manta huanca y lo lleva en sus espaldas al cementerio del pueblo, donde el párroco hará una misa y bendecirá el cráneo del niño; su calaverita, conservado por tres décadas por sus padres y sus ocho hermanos vivos.
Es el ritual del ‘Tullupampay’ [enterrar los huesos, en quechua], una tradición muy antigua practicada en el distrito de Chongo Bajo, tiene su origen en las antiguas faenas de limpieza y de apertura de nuevos espacios para el entierro de los difuntos, en los cuales los comuneros hallaban osamentas de otros entierros y los apilaban en alguna parte del camposanto.

Luego, el tres de noviembre los enterraban en una fosa común después de una misa católica, según testimonios recogidos por el arqueólogo Manuel Perales Munguía y explicados en su artículo “Tullupampay: descripción etnográfica de un ritual en homenaje a los difuntos en el valle del Mantaro, Junín”, publicado en coautoría con Agustín Rodríguez Castro, en la revista Arqueología y Sociedad (Nº 23, 2011).
Desde entonces, algunas familias conservan las calaveras de sus antepasados, familiares o no, en sus casas, para recibir su bendición y les brinde seguridad. Incluso hay quienes conservan los cráneos por generaciones.
Momentos antes de salir de su casa, doña Victoria Balvín confiesa que tuvo 13 hijos, cinco de los cuales comparten la eternidad con Aníbal, el niño a cuyo cráneo le ha preparado una mesada en la sala de su casa, por Todos los Santos. De los otros, no guarda sus cráneos. No los recuperó.

Fueron dos de las hermanas de Aníbal quienes un día de octubre, en 1996, fueron a ponerle flores y arreglar su nicho en el cementerio, pero encontraron que por la lluvia las paredes de adobe se habían desplomado, dejando al descubierto los restos inhumados 12 años atrás.
Recuperaron el cráneo y lo llevaron a casa.
