La cultura de la violación en el Congreso

"La violación sexual es un acto de poder, es una forma en como los hombres someten los cuerpos de las mujeres para ejercer sus pactos de masculinidad, para sentirse “más hombres” y jactarse de la jerarquía social"
La pluma insumisa
Amire Ortiz
Amire Ortiz
amire.ortiz.arica@gmail.com
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Un día previo a nuestro aniversario patrio, Freddy Díaz, congresista de la República de la bancada de Alianza para el Progreso, fue denunciado por violar sexualmente a una trabajadora del Congreso, lo cual, según el relato de la víctima, ocurrió dentro del despacho del parlamentario en horas de la madrugada. Ella fue auxiliada y trasladada a la comisaría para la denuncia correspondiente. Hasta el momento, la joven ya pasó por las evaluaciones del médico legista y por la cámara Gesell, siendo que, además de su testimonio, con el reporte médico se confirma la evidencia de la agresión sexual, física y psicológica.

Este acto es sumamente indignante y siendo el victimario una persona pública, que ejerce una labor institucional tan importante, no podemos dejar de reflexionar como corresponde, sobre la cultura de la violación y el dolor que viven miles de niñas, adolescentes y mujeres adultas en nuestro país. La violencia sexual no es un problema que deba abordarse desde la individualidad del agresor o por lo mediático de este caso. Es un problema estructural, recurrente, ocurre todos los días y pone en manifiesto el machismo enquistado en nuestra sociedad.

La violación sexual es un acto de poder, es una forma en como los hombres someten los cuerpos de las mujeres para ejercer sus pactos de masculinidad, para sentirse “más hombres” y jactarse de la jerarquía social en la que se encuentran. No es en sí mismo un acto cuyo fin sea el placer sexual propiamente dicho, sino de dominación hacia las mujeres y así mantener esa estructura social, en la que nos quieren a nosotras siempre por debajo.

“La violación sexual es un acto de poder, es una forma en como los hombres someten los cuerpos de las mujeres para ejercer sus pactos de masculinidad, para sentirse “más hombres” y jactarse de la jerarquía social”

 

Este deplorable hecho debe ser visto desde la integralidad de la violencia: debe cuestionarse cada manifestación de violencia que sustenta esta acción grave, como el difundir contenido sexual sin autorización de la mujer por los chats privados, el acoso sexual en la calle, los tocamientos indebidos en el transporte público y un sinfín de ejemplos de esta cultura de la violación, que forma a hombres creyendo que pueden disponer de las mujeres y sus cuerpos cuando les plazca.

Bajo esa perspectiva se difunde la creencia de que los hombres son animales incontrolables, incapaces de razonar y que actúan por instinto cuando se sienten seducidos por una mujer. Es errada construcción cultural que responsabiliza y culpa a las mujeres cuando son agredidas sexualmente.

Lo ocurrido con el congresista Díaz es aterrador. Es totalmente inaudito y aberrante, pues en sus manos se encuentra depositado el poder que el pueblo le ha otorgado para garantizar derechos y procurar un mejor desarrollo en nuestro país. No obstante, ¿qué tipo de legislación y representación popular podemos esperar de un sujeto que dopa y viola cual rapiña a una trabajadora de su despacho?

“Lo ocurrido con el congresista Díaz es aterrador. Es aberrante, pues en sus manos depositamos el poder para garantizar derechos”

 

No se trata solo del congresista violentados, sino de quienes guardan sintonía con su pensamiento machista, que quedó evidenciado con las declaraciones del actual tercer vicepresidente de la mesa directiva del Congreso, Wilmar Elera, quien tuvo comentarios totalmente cuestionables al señalar que la señorita era la única mujer en el equipo laboral. Nos da a entender que para este señor la sola coincidencia laboral de mujeres con hombres, es un riesgo para que sean violadas.

Lo peor de los comentarios del congresista Elera es que es similar al pensamieto de muchos peruanos y peruanas, de que las mujeres son las culpables de sus desgracias por “exponerse”. Con eso, mellan más la dignidad de las víctimas.

Según cifras del Ministerio de la Mujer, ya se han registrado más de 12 mil casos de violencia sexual de enero a junio de 2022. Enfrentar esta crisis no radica únicamente en sancionar a los agresores, lo cual desde ya es un reto considerando que la justicia se ve entorpecida cuando la corrupción los blinda y los cubre de impunidad, sino que a su vez se necesitan políticas públicas firmes que permitan prevenir la violencia y reformar la cultura de la violación.

Sin embargo, ¿cómo es posible cambiar las estructuras culturales de la violencia con autoridades que forman parte de la misma?

Hablemos de la violencia sexual sin tibieza alguna. No solo con mirada compasiva hacia las víctimas; también con agudeza y firmeza hacia los agresores que no son los sujetos extraños de las calles. Son hombres de nuestros propios entornos, hombres que están presentes en las familias y en espacios laborales, incluso de las instituciones más importantes de nuestro país.

 

“¿Cómo es posible cambiar las estructuras culturales de la violencia con autoridades que forman parte de la misma?”

 

Dejen de cuestionar a las mujeres que rechazamos la violencia y comiencen a cuestionar a los hombres que la germinan. No es posible un país que rechace más a las mujeres feministas que a los propios violadores sexuales, esto nos debe dar vergüenza como nación.

Recuerden que si algo tienen que decir sobre la violencia, díganselo a los agresores sexuales y no a las mujeres que son las víctimas de una sociedad que naturaliza y perpetúa la violencia sexual.