Australia fue un justo ganador. Supo plantear bien el partido en lo táctico y en lo estratégico. Jugó con mayor serenidad, firmeza, muy bien concentrado en lo que hacía, en ningún momento flaqueó “ni arrugó”. Jugó con una personalidad bien plantada, atacando cuando debía ir hacia adelante y defendiendo su área, y su arco con uñas y dientes durante los 120 minutos de juego.
El jugador australiano demostró poseer un adecuado equilibrio en sus condiciones físicas y mentales. Todas sus limitaciones técnicas y futbolísticas las pudo suplir con esas virtudes elementales y le bastó para estar hoy en Qatar 2022.
Australia también confirmó que conocía mejor a Perú, antes que nosotros a ellos. Después de su triunfo ante EAU se enorgullecían, diciendo que habían superado el escollo más duro y que ahora venga Perú, que era “papayita”. Hasta en la boquilla nos ganaron.
“Frente a Australia nunca tuvimos equilibrio físico – mental, de allí los groseros errores personales y en el juego de conjunto que cometían los muchachos”
Valgan verdades y no tapemos la realidad con hipocresías. Perú fue una desgracia, una lágrima, un manojo de nervios, una rémora. Lejísimo de los buenos partidos que supimos hacer durante las Eliminatorias Sudamericanas.
Frente a Australia nunca tuvimos equilibrio físico – mental, de allí los groseros errores personales y en el juego de conjunto que cometían los muchachos.
Ningún peruano podía creer lo que estaba viendo. Un Perú desconocido que sucumbía ante un equipo “de pampón”. Sí, “de pampón”, porque en cualquier otro encuentro que no sea de partido único para definir, exento de fuertes presiones y de enorme trascendencia Perú podría tranquilamente golear a Australia. Confieso que mirando el partido vaticinaba que si llegábamos a penales, perdíamos.
Este lunes se cerró, también, una época en nuestro Seleccionado y debemos abrir otra.