Hemos escuchado en muchas ocasiones que hay que separar al profesional de la propia persona y esa es una idea totalmente equivocada, porque bajo dicha consigna podemos pasar por alto conductas antiéticas. O lo que es peor, conductas violentas que lindan con uno de los problemas sociales graves que enfrentamos día a día: la violencia de género. Esto es lo que precisamente ocurre con el jugador de fútbol, Andy Polo.
Hace varias semanas, varios medios de comunicación divulgaron los actos que evidencian que Andy Polo es un agresor machista, que violenta a la madre de su hijo y a todo su entorno familiar. Es un sujeto que genera profundo rechazo como todo ser que germina violencia y quiere vivir impunemente sin importar el daño causado. Pese a esto, el club Universitario de Deportes lo ha contratado en su equipo burlando la indignación de la sociedad, las expresiones de rechazo de las propias hinchas que se han manifestado en el estadio de fútbol con acciones simbólicas, como también mellando la dignidad de su propia víctima y todas las mujeres víctimas de este país que han sufrido agresiones por parte de sus parejas o ex parejas.
Aunado a ello existen personas influyentes que lo han defendido, como si la violencia tuviera esa otra parte de la verdad para así ser justificada. Le han dado espacios ampliamente visibles para revictimizar a la agredida y exponerla como si mintiera. Hay también un sector que piensa que “sus problemas personales” nada tienen que ver con su calidad deportiva.
“¿Cómo podemos enfrentar la violencia machista si no te indignas con los agresores y piensas que unos goles para tu equipo son más importantes que la violación de derechos?”
La violencia familiar no es un problema que deba quedar dentro de cuatro paredes, es un asunto de interés público que afecta la vida de miles de mujeres y demás integrantes del hogar y que se sustenta en una cultura machista, que muchas luchamos por erradicar.
Afirmar que no importa que un jugador sea agresor con tal de que se desempeñe bien y meta goles es afirmar que no te interesa que se atente contra la vida, integridad y la salud de una mujer y sus niños. Es darle la espalda a un problema que incluso no les es esquivo a las mujeres de tu entorno. Es ser indiferente con el dolor, es ser una persona cruel a la que el sufrimiento de una víctima de violencia no la conmueve en absoluto. ¿Es entonces la violencia de género un problema en donde solo el agresor tiene la culpa o es, como siempre afirmamos, producto de una sociedad patriarcal que naturaliza la subordinación de las mujeres y la “domesticación” de éstas a través de la violencia?
¿Cómo podemos enfrentar la violencia machista si no te indignas con los agresores y piensas que unos goles para tu equipo son más importantes que la violación de derechos?
La persona lo es de manera integral; en sus distintos roles y desde sus distintas formas de participación e interacción social. Un jugador de fútbol no deja de ser persona, por ende, su actuar sí impacta en la forma de valoración de su presencia pública. No podemos disociar la profesión de la persona que está detrás y que sostiene la existencia de esa imagen. En este caso particular, su talento como futbolista no puede tener una mayor preponderancia que su calidad de persona que a todas luces pone en evidencia que es un agresor y merece la sanción legal correspondiente. Todo esto adquiere relevancia también porque además hablamos del fútbol, un deporte que impacta fuertemente en el movimiento económico y que socialmente genera inspiración e influencia en las infancias. No queremos que niños, niñas y adolescentes sientan admiración alguna por un sujeto que agrede y violenta a su familia.
“La violencia familiar no es un problema que deba quedar dentro de cuatro paredes. Es un asunto de interés público que afecta la vida de miles de mujeres”
El audio revelador del hijo de Andy Polo demuestra a un niño destruido emocionalmente por la violencia, lo que seguramente representa la realidad de miles de niños que crecen en entornos de maltrato, lo cual genera graves secuelas en el futuro y al tratarse de un caso mediático, las decisiones que sobre este se ejecuten serán también ejemplificadoras para casos símiles que conviven en nuestra realidad.
No queremos agresores en espacios del deporte que congregan disciplina, trabajo e ilusiones y que muchas veces son el refugio de sueños de las infancias que ven en sus ídolos, modelos humanos a seguir. Amparar la contratación de este agresor es ser cómplice de la violencia. No lo permitiremos. Que nuestras voces se levanten siempre.