Usualmente, los videojuegos se han visto como simples formas de entretenimiento o, en el mejor de los casos, como una distracción inofensiva. Sin embargo, cada vez más estudios y experiencias demuestran que su impacto va mucho más allá del ocio. Desde la toma de decisiones hasta el trabajo en equipo, los videojuegos modernos ponen a prueba y fortalecen habilidades cognitivas y blandas esenciales para el mundo académico y profesional. El reto está en dejar de verlos como un pasatiempo pasivo y comenzar a explorarlos como espacios de aprendizaje activo y significativo.
Javier Albarracín, director del Centro de Tecnología y Transformación Digital de la Universidad Tecnológica del Perú (UTP), comparte cinco claves para entender cómo los videojuegos pueden contribuir al desarrollo personal y profesional.
No es solo entretenimiento, es entrenamiento mental: jugar no es una pérdida de tiempo si se hace con propósito. Dominar un videojuego implica adaptarse, equivocarse, volver a intentar y aprender sobre la marcha. Estas dinámicas, lejos de ser triviales, son las mismas que se requieren en contextos laborales exigentes.
Los videojuegos fortalecen funciones cognitivas clave: tomar decisiones bajo presión, gestionar información incompleta y adaptarse a entornos cambiantes son parte del día a día de muchos juegos. Ello potencia habilidades como la atención dividida, la memoria operativa y la capacidad de adaptación.
No todos los juegos desarrollan lo mismo: juegos de estrategia como Age of Empires fortalecen el pensamiento a largo plazo; los Multiplayer Online Battle Arena (MOBA), como League of Legends, el trabajo colaborativo bajo presión; Minecraft impulsa la creatividad y la perseverancia, y los simuladores permiten aprender a través del ensayo y error. Elegir el tipo de juego también define la habilidad que se entrena.
Aplicación en educación y empresas: a través de simulaciones y dinámicas gamificadas, se han alcanzado niveles de participación y compromiso superiores a los obtenidos con metodologías tradicionales. Estas experiencias interactivas permiten a los participantes aplicar conocimientos en situaciones simuladas, asumir retos, corregir errores y mejorar en un entorno controlado, lo que facilita la transferencia de lo aprendido a escenarios reales de estudio o trabajo.
Uso responsable y con propósito: para que los videojuegos cumplan una función formativa, es necesario un uso planificado y equilibrado. Establecer objetivos claros, definir tiempos adecuados de juego y fomentar la reflexión posterior a la experiencia son prácticas clave. Asimismo, combinar juegos individuales con dinámicas colaborativas permite desarrollar distintas habilidades.
“Comprender el potencial formativo de los videojuegos es el primer paso para integrarlos en nuestras estrategias de aprendizaje”, sostiene el director del Centro de Tecnología y Transformación Digital de la UTP.