Una academia que hable sencillo y comprometida con los derechos

Reflexiones a partir de la iniciativa de la primera feria de arte censurado “Revuelta Ambulante. Censúrame esta Feria”.
revuelta ambulante - lily ku yanasupo
Lily Ku Yanasupo
Lily Ku Yanasupo
Doctora en Derecho por la PUCP. Docente universitaria.
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Hace unas semanas asistí a la Primera Edición de la Feria de Arte Censurado “Revuelta Ambulante. Censúrame esta Feria”, realizada los días 3 y 4 de mayo en el local del Sindicato de Trabajadores de Telecomunicaciones (SITENTEL). Si bien fui invitada por una amiga que iba a disertar en uno de los conversatorios, dado el contexto de crisis democrática y social en que vivimos, tenía muchas ganas de escuchar —en vivo y en directo— discursos de resistencia y activismo colectivo.

Lo primero que me llamó la atención del evento fueron los nombres irreverentes de las distintas actividades. Eso me capturó al instante. El conversatorio sobre poesía se llamaba “Propongo y agito”, algo tan necesario en estos tiempos, es decir, agitar las mentes de la gente. También asistí a los siguientes conversatorios referidos a “la censura contra el cine” y “la academia que incomoda”, solo que no logré advertir que previamente estas temáticas fueron ligeramente modificadas.

De cualquier forma, me sentí convocada —como ciudadana, principalmente— a tales encuentros. Me interesó en particular la discusión sobre el papel de la academia en tiempos de crisis política y social, y los comentarios que las expositoras —que eran Dahisa Soto, diseñadora gráfica y artista, y Natali Durand, doctora en Antropología y docente de la UNMSM— hicieron sobre los académicos en este país (personas que se dedican al trabajo intelectual, a la investigación y a la enseñanza). Aunque al principio no entendía por qué se centraron en el tema de la censura (fue por este leve cambio en las temáticas que mencioné), me interesaba recoger más ideas sobre qué estamos haciendo mal los académicos.

Para suerte mía, el moderador abrió el micrófono a fin de recoger comentarios de los asistentes. Entonces, les pregunté cómo percibían que debía ser un académico o qué debemos reclamarle a la academia en estos tiempos. Las respuestas, en efecto, fueron muy ilustrativas: “la academia está llena de hombres y estos pocas veces dan espacio a las mujeres”; “la academia habla muy difícil y no todos la pueden entender”. Dahisa, además, dijo algo que me pareció sumamente conmovedor: “tengo que ser traductora para los míos, porque los académicos inventan palabras que las propias personas de las que hablan no comprenden”. Y es cierto, ¿qué son los micromachismos?, preguntan las víctimas de violencia de género; o, ¿qué es la discriminación estructural o sistémica?, preguntan las víctimas de racismo. 

“Los procesos de comunicación y aprendizaje pueden verse bloqueados por actitudes poco abiertas y un lenguaje que levanta muros”.

Regresando a mi casa no dejaba de pensar en la importancia de que el conocimiento no solo esté disponible, sino que realmente sea accesible para todos. Y “disponible” y “accesible” son dos cosas diferentes. Vivimos propiamente en la era de la información y hay una inmensa cantidad de datos que ahora mismo podemos encontrar en las redes sociales, pero cuánta de esa información se hace pensando en que quienes la lean la puedan comprender con facilidad, y cuánta de ella tiene vocación para la formación de pensamiento crítico. La sociedad necesita acceder a vías de intercambio de ideas basadas en datos confiables y sencillos de digerir mentalmente, y en esa tarea la academia tiene el deber ético de cumplir un rol.

En el prólogo al libro “Lógica, proposición y norma”, los filósofos jurídicos Carlos Alchourrón y Eugenio Bulygin decían que “nada hay más difícil que la presentación fácil de un tema difícil”[1], para elogiar que los autores de dicho libro hayan logrado la hazaña de abordar con simplicidad un tema tan abstracto como la lógica. Si bien es difícil quitarse el lenguaje técnico y profesional de encima, otros temas podrían incidir en eso: quizá un poco de arrogancia, tal vez un poco la lógica mercantilista que suele apoderarse de algunos espacios académicos muy competitivos, donde cada quien trata de hablar de las formas más complejas posibles. En cualquier caso, los procesos de comunicación y aprendizaje pueden verse bloqueados por actitudes poco abiertas y un lenguaje que levanta muros.

A lo anterior se suma la necesidad de contar con más académicos que no tengan miedo a tomar posición, y esto también es parte de hablar con claridad. La sociedad demanda expertos capaces de cuestionar el poder cuando este es abusivo y dispuestos a defender las conquistas del mundo civilizado, como son los derechos, las libertades, el orden constitucional y la democracia. Porque, si bien académicos, nadie nos quita el sentido de lo correcto y de lo justo, y la posibilidad de salir de las aulas cuando hay que proteger nuestro derecho a vivir en paz.

En resumidas cuentas, no solo necesitamos traductores en el sentido al que quería aludir Dahisa, lo cual ya es decir bastante, sino también más académicos que puedan expresarse y actuar como ciudadanos comprometidos con los derechos y con los ideales democráticos, aunque a esto casi siempre le preceda una decisión personal difícil.

Solo para terminar, espero no caerles mal —o peor— a mis colegas por decir o confesar estas cosas, pero es cierto que una academia que habla difícil y que no cuestiona, tampoco transmite, no mueve ni cambia nada. Ahora bien, dicha feria me hizo reflexionar sobre todas estas cuestiones en ese breve tiempo que estuve allí, y seguramente hay quienes compartirán experiencias mucho más profundas al respecto, por eso espero que ella tenga más ediciones en el futuro y siga cumpliendo su finalidad: unirnos y hacernos pensar.

[1] Delia Teresa Echave, María Eugenia Urquijo y Ricardo A. Guibourg, Lógica, proposición y norma, Editorial Astrea, Buenos Aires, 2002.