Nora Alarcón publicó su poemario, Ninapi harawiq = Músico de fuego, con Hipocampo Editores en 2023. Con este título, la autora obtuvo una mención honrosa en el Premio Nacional de Literatura en Lenguas Originarias en el año 2024. Este libro no es la primera publicación de Alarcón en quechua. Anteriormente, ha publicado los volúmenes Hinata Rawrarichisun = Revivamos el fuego (2015) y Pacha Achikllaq = Aurora del tiempo (2020). En tal sentido, la poesía de Alarcón debe ser considerada como indispensable dentro del actual corpus de la literatura escrita en quechua.
El primer elemento que destaca en Ninapi harawiq es la presencia de los arrieros. En numerosos poemas, la voz lírica subraya el trasiego de estos personajes, quienes atraviesan las comunidades, recorren los caminos y llevan sus tradiciones hacia diversas geografías. Los poemas buscan enfatizar el movimiento, la travesía constante, como una característica de las realidades quechuas. Y hablar de los arrieros como trajinantes significa resaltar la importancia de las sendas que transitan. No en vano, la autora subraya el rol de los caminos en su dedicatoria del libro: “A los legendarios arrieros de Carmen Alto / que recorrieron las rutas del Sur / la gran red de caminos del Inca: el Qhapaq Ñan”.
Los caminos trazan un propio mundo: viajes, relaciones sociales, encuentros y peripecias. Describiendo estas tierras, la voz lírica nos dice: “el puma cruza mi camino / el sol quema mi sombrero” (p. 89). En aras de enfatizar el dinamismo del paisaje, la autora nos presenta a los jinetes morochucos en la última sección del libro, titulada especialmente “Ruta de los morochucos”. Asimismo, aparece la presencia de los músicos, quienes también recorren las zonas andinas transportando sus sonidos. El músico, como leemos en el poema “Tijeraswan danzaq = En la danza de tijeras”, toca sus instrumentos hasta sangrar, hasta sacudir la sepulturas. Esta articulación de arrieros, morochucos y músicos conforman un plano vital en constante celebración. Esto se aprecia claramente en los siguientes versos: “tonada de charango / zapateo frente al arpa / borrachera desbocada / éxtasis de mi existencia” (pp. 103 y 105).
“En Ninapi harawiq, el espacio se convierte en una red de dinamismo físico y flujos sonoros”.
Al mismo tiempo, encontramos poemas que reflexionan sobre cómo esta vitalidad se va desvaneciendo. Así, en “Tusukuyniy / Mi baile”, la voz del arriero es un lamento porque sus costumbres ya no serán continuadas. Leemos entonces este pasaje signado por la aflicción: “vislumbro el futuro que no me toca / tareas que ya no serán asumidas por mis hijos / cuerpo de arriero ardiente tiempo / arrastrándose en la realidad del cosmos” (p. 121). En otro momento, el arriero lanza un soliloquio y, como en una confesión, nos dice: “la muerte me acompaña / aprisiona mi pecho / dura espada en mi curtida piel” (p. 95). De este modo, Ninapi harawiq intercala efluvios vitales con meditaciones sobre la nostalgia y el dolor. Este vaivén de afectos y sensaciones se esclarece en estas líneas del poema “Kacharpari / Despedida”: “el llamado de la muerte es tan intenso / como el llamado de la vida” (p. 109).
En Ninapi harawiq, el espacio se convierte en una red de dinamismo físico y flujos sonoros. El movimiento y el sonido no se encuentran separados, sino que el arriero es quien lleva la música a la fiesta y se convierte en un ser potente que despierta la energía en cada pueblo. Esto se aprecia, nítidamente, en el poema “Q´ochu / Jarana”: “Arpa y violín / en cada pueblo que llego a lomo de mula / cantamos / bailamos / cajoneo el arpa en ferias dominicales” (p. 29). El fluir de los viajeros y los sonidos, además, se vuelve una memoria viva. De esta manera, a pesar de los desplazamientos, los recuerdos familiares permanecen, se quedan, “en los maderos de la música / en el sauce que se convierte en cada paso en charango” (p. 91).
El poema “Orqupa sapan kaynin = Soledad del ande” ejemplifica el ensamblaje entre los viajeros, el territorio y la música. Luego de afirmar que es parte del paisaje, la voz lírica describe plantas y aves, enfatizando su conexión con estos seres vivientes: “armonía de la paja brava / laguna donde la huachwa es reina / y el chiwaco cruza su canto” (p. 89). En el texto “Achka ñawiyuq = Múltiples ojos”, el arbusto de malva es un ser protector, con ánimo, capaz de unirse a una variedad de sonidos. Por esto se dirá: “bajo tus raíces yace mi potro recién nacido / tus múltiples ojos acompañan mi canto / de silvestre malva con arpa y violín” (p. 119).
“Este poemario nos adentra en una multiplicidad de paisajes andinos: los caminos recorridos en cada viaje, el cuerpo trajinante de arrieros y morochucos”.
Es necesario subrayar el trabajo de Alarcón por pulir la expresión literaria en quechua. Sus versos destacan por la creación de imágenes, las cuales se articulan para generar un efecto estético notable. Al respecto, mencionemos un ejemplo del poema “Wakakunaman riq ñan = Camino a las huacas”: “Wayra awkipa takyninta uyariy = escucha la canción del príncipe del viento” (p. 43). La traducción de Alarcón logra transmitir esa delicadeza estética del texto original. No solo se percibe un dominio del quechua, sino también un manejo literario del español. Así, la selección de palabras en el texto traducido nos permite sentir la belleza de las palabras en quechua. Por ejemplo, en el poema “Saphikuna / Raíces”, la autora no traduce “kañachiq” de una manera literal, es decir, en referencia a algo que se quema o arde. La poeta prefiere la palabra “incineran” en aras de otorgar una mayor fuerza al texto. En el mismo poema, observamos otro ejemplo en la línea “Wiñaypaq rupariq yantapa k´anchariynin = fogata eterna fulgurante” (p. 26 y 27). Aquí, “k´anchariynin” puede entenderse como aquello que brilla o es brillante, pero Alarcón decide utilizar el adjetivo “fulgurante”, lo cual, a nuestro criterio, realza una dimensión ritual o sagrada.
El poema “Qalkapi poquy para = Lluvia de verano en la puna” evidencia la creatividad de Alarcón al momento de auto-traducirse. En una estrofa encontramos la hondura de este pasaje: “Nawikipin wiñaywaynapa rawran / willakun kutimuyniki jatun takikuyta = en tus ojos el resplandor de las orquídeas / anuncia el concierto de tu regreso” (p. 72 y 73). La poeta no replica lo literal, sino que se arriesga a ofrecernos una traducción elaborada, para así otorgar una potencia mucho más poética a las palabras. En primer lugar, “rawran” no se traduce como un simple brillo o lo que está ardiendo, sino que se elige la palabra “resplandor”, que subraya la pasión del reencuentro. Asimismo, el “willakun” ya no es únicamente el actor de contar o narrar, sino que la autora elige la palabra “anuncia” para remarcar el carácter inminente, profético, del regreso. Mientras tanto, traducir “concierto” por “jatun takikuyta” sobrepasa, excede, el sentido de lo que podría entenderse como música alta. La elección de “concierto” recalca, además, la fuerza sonora de un retorno amoroso como símbolo de vida.
En el texto introductorio, titulado “Las huellas del quechua: un viaje de palabras y memorias”, Nora Alarcón brinda detalles sobre su escritura en un nivel formal: el uso del alfabeto español y las cinco vocales. Pero este texto también nos revela las motivaciones de Alarcón para seguir escribiendo en quechua. Por una parte, la autora busca “la difusión del quechua en su forma más auténtica y accesible para los lectores” (p. 8). Por otra parte, su obra es un intento por “asegurar que las huellas del quechua perduren por generaciones venideras” (p. 9). Así las cosas, este poemario nos adentra en una multiplicidad de paisajes andinos: los caminos recorridos en cada viaje, el cuerpo trajinante de arrieros y morochucos, el poder sonoro de cada instrumento, la creatividad en el uso del quechua. De este modo, el proyecto lingüístico de la autora converge con la energía de los músicos, tal como apreciamos en las últimas líneas del poema “Thamaykachaq yarawi = Música errante”. Advertimos aquí, una vez más, el acierto de la auto-traductora cuando decide usar la palabra “reconstruir” para traducir la palabra “jatarichiyta”. No se trata solo de “levantar” o “despertar” –el quechua y la potencia vital–, sino de hacer renacer algo que parecía acabado. Citemos estos versos a modo de conclusión, ya que en ellos se percibe la belleza de Ninapi harawiq:
Rawraq ninapa chawpinpi puriyta
Takiy takiysiwayta
Jinaspa uchpamanta kaq imatapas jatarichiyta
caminar entre hogueras
compartir mi canto
y reconstruir las cenizas (pp. 124 y 125)