Durante dos a tres meses hemos observado el mismo patrón de uso excesivo de fuerza letal. Así lo refirió la secretaria de Amnistía Internacional (AI), Agnès Callamard, al presentar este jueves el informe final sobre las muertes en las protestas contra el gobierno.
AI documentó la muerte de 20 personas, las cuales fueron deliberadas e intencionales. En otras palabras, fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales. Las víctimas estaban desarmadas, sin defensa y a cientos de metros de las manifestaciones. El primer y más importante hallazgo, según AI, son las latas de gases lacrimógenos lanzados desde helicópteros, lo que contraviene las normas internacionales sobre su uso.
Oficiales al mando estuvieron involucrados al ordenar disparos o al no evitarlos
Callamard enfatizó que muchas de las víctimas eran jóvenes, hombres jóvenes y con familias que tenían que cuidar: “Su muerte no solo ha causado una desesperanza y un daño emocional sino también impacto a largo plazo para el bienestar financiero de las familias”.
El segundo hallazgo es que, “lejos de tratarse de incidentes aislados protagonizados por agentes rebeldes, el uso ilegítimo de la fuerza letal por la Policía y Ejército peruanos apunta a una respuesta estatal deliberada, organizada y coordinada”.
Debido a la naturaleza sostenida del uso ilegal de la fuerza en múltiples partes del país, consideran que eso constituyó ataques generalizados contra una parte de la población como parte de una política de gobierno. Así, los comandantes de la Policía y de las fuerzas militares junto con sus superiores ya sean autoridades civiles o militares, tienen responsabilidad, bien por actuar de manera deliberada o por negligencia constante.
“Creemos que la represión y los asesinatos son parte de un racismo sistémico”
El tercer hallazgo es que el personal de seguridad peruano solo utilizó la fuerza letal fuera de Lima, en zonas donde la población es mayoritariamente indígena, campesina y pobre. A pesar de que las protestas allí no fueron ni más frecuentes ni más violentas que en la capital o en otras regiones. Por eso el informe de AI se titula “Racismo Letal”.
Y en cuarto lugar, el Poder Ejecutivo peruano, incluida la presidenta Dina Boluarte, junto con el presidente del Consejo de Ministros, Alberto Otárola, estigmatizó a los manifestantes como radicales violentos y nunca exigió públicamente la asignación de responsabilidades ante la Policía ni el Ejército.
Según AI, pese a que la mayoría de las protestas fueron pacíficas, la presidenta difundió deliberadamente información errónea sin pruebas y en lugar de condenar los actos ilegítimos de las fuerzas del orden, alabó a las fuerzas de seguridad calificándolas de “impecables”.
La búsqueda de justicia ha sido impedida e interrumpida por el fallo de las autoridades
Las autoridades también tildaron de terroristas a los manifestantes, causando un gran sufrimiento a las víctimas y a sus familiares. Esto es lo que sucede en Perú y en otras partes del mundo para poder crear condiciones donde los ataques y las muertes se legitiman bajo la visión de toda la sociedad.
En quinto lugar, la búsqueda de justicia ha sido impedida e interrumpida por el fallo de las autoridades de realizar investigaciones con prontitud, exhaustividad e imparcialidad. Según el informe, la creación de la unidad especial por parte de la fiscal de la Nación ha originado mucho miedo y preocupación en las víctimas y sus abogados.
AI pide a Congreso derogar ley que derogó la proporcionalidad en el uso de la fuerza
Amnistía Internacional pidió al Congreso “derogar la Ley de Protección policial”, que aprobó por insistencia el Congreso en marzo del 2020, pese a las observaciones que realizó el expresidente Martín Vizcarra cuando aún era el jefe de Estado. La promulgó Manuel Merino de Lama, quien en ese entonces fungía como presidente de la Mesa Directiva del Parlamento.
Esta ley es duramente criticada y observada porque derogó un literal del Decreto Legislativo 1186, en el que se apuntaba el principio de proporcionalidad en el uso de la fuerza por parte de la Policía Nacional, y asegurar que la legislación vigente se encuentre en línea con los estándares internacionales sobre uso de la fuerza.
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