Empieza un nuevo año y para quienes vivimos en nuestra burbuja de privilegios pareciera que basta con haber comido 12 uvas para que toda la difícil vida en el Perú se haga más llevadera. Finalmente, para la “clase media” tener con qué pagar las tarjetas y sostener el crédito hipotecario de 20 años es suficiente razón para sentirnos que no somos la población vulnerable.
Esta forma de ver la vida es un determinante social que afecta gravemente la salud de las personas y con ello la vida se pone en riesgo, porque en un país donde se ha logrado implementar la cultura capitalista y neoliberal, la salud como los otros derechos se convierten en bienes de consumo que deben de generar ganancias individuales y corporativas. Ello deshumaniza la razón fundamental de la existencia de la medicina y los avances científicos: la búsqueda del bienestar humano.
El último mes del año quese fue nos ha presentado una convulsión política bastante difícil de sobrellevar y el resultado ha sido la muerte violenta en manos del Estado, de personas de los sectores más vulnerables. Lo que me hace cuestionar una serie de contradicciones, porque esta situación de atentado contra la salud ha sido el producto de las decisiones del gobierno, entidad que se supone debe velar por la salud, el bienestar y la vida de todas las personas que viven en el territorio nacional.
¿Qué mensaje nos da este gobierno con esta actitud, si teniendo un sistema de salud tan ajeno, esquivo para la población y que ahora incluso le inflige las heridas que luego se niega a curar?
La crisis sanitaria mundial nos mostró que el sistema de salud peruano no responde a las necesidades básicas de la población y en esa situación enfrentar las olas pandémicas de una enfermedad desconocida significó que se llevase vidas en medio de la asfixia por falta de oxígeno e indiferencia. Eso nos mostró que son los más pobres quienes sufren las peores consecuencias de cualquier situación. Son las espaldas de las mujeres sobre las que recae la responsabilidad del cuidado, aunque estas se mueran en manos de quienes sobreviven a costa de ellas.
¿Qué clase de sistema de salud te hiere y luego no te cura? ¿Qué clase de sistema de salud te cobra por un derecho? ¿Qué clase de sistema te niega la cobertura sanitaria por haber sido herido por el Estado? ¿Qué clase de sistema de salud segrega vidas que valen y otras que no? El sistema de salud peruano.
Ese es el sistema que forma en las universidades negocio de legisladores y seres utilitarios que acumulan conocimientos sin sentido crítico; que se saben de memoria todas las funciones y partes de las células, pero desconocen la dinámica de las poblaciones que habitan los territorios de la patria.
Seres a los que es tan fácil introducirles un chip con el que luego repiten que cualquier persona “es terrorista” y con ello se irrogan el poder de decidir si merecen o no recibir alguna migaja del sistema de salud que tampoco cuida de ellos, porque les paga los peores sueldos de la región y sostiene sobre sus vidas, su juventud y sus recursos la responsabilidad de cumplir mediocremente algunas estrategias básicas.
“En un país donde se ha logrado implementar la cultura capitalista y neoliberal, la salud como los otros derechos se convierten en bienes de consumo que deben de generar ganancias individuales y corporativas”
Esta situación no es nueva. En todos los gobiernos, en alguna medida, la represión desmedida ha originado muertos y heridos en diversas manifestaciones y eso no es otra cosa que la muestra de una carencia de respeto por la vida humana, ausencia de capacidad de diálogo, negación a resolver los problemas, o lo que es más usual, considerar que las demandas ciudadanas son un estorbo en sus nefastos y turbios fines que van más allá de gobernar, pues los gobiernos de turno se convierten en agencias mediadoras de las empresas transnacionales que lucran con nuestros recursos naturales y humanos, recibiendo deshonrosos estipendios.
Y en toda esta tragedia, el sistema de salud se convierte en un aliado que lejos de cuidar la salud y la vida de las personas, se alinea a las fuerzas armadas enceguecidas, dando mensajes políticos negativos como publicar fotografías del personal de salud con efectivos armados del Ejército. De manera individual y “proactiva” el personal de salud también comete actos de omisión y/o negligencia a pacientes heridos bajo el estigma de considerarlos terroristas, vándalos o seres que no merecen recibir ese derecho que además es deber de quien lo asiste.
Este enfoque que se tiene de la grave situación de violencia normalizada en nuestro país se hace más cruel en situaciones como la de estos días. Es la misma que en supuestas circunstancias normales viven millones de personas que acuden a los establecimientos de salud y no encuentran ni la compasión ni los recursos para ser atendidos. Nuestro sistema requiere reformas, no pequeños cambios, necesita cambios profundos, pero eso no será posible con estas leyes que nos gobiernan ni con este sistema educativo que forma al personal de salud que lo echa a andar.
La ciudadanía lo debe de tener bien claro, lo debe de reclamar, y ojalá esto ya no le siga costando más vidas a los pobres y vulnerables que se mueren en la deshonra en que además de quitarle el aliento, le quitan la dignidad al calificarlos como seres que siembran el terror cuando son ellos las víctimas que reciben la violencia. Que la ciudadanía no se conforme con pedir deseos comiendo uvas transgénicas y producidas con la explotación de sus hermanos, que griten y exijan un cambio en el sistema.