Santurantikuy: una feria artesanal navideña en el ombligo del mundo

La feria ocupa la plaza Mayor de Cusco cada diciembre como una ciudad dentro de la ciudad. Los artesanos instalan mesas y despliegan sus obras. Santos, niños, retablos, máscaras, cerámicas, metales. La gente camina, mira, pregunta, sigue de largo. Una feria; un ritual.
Santurantikuy Cusco Elizabeth La Torre Escalante El Niño del Colibrí 2025
Santurantikuy Cusco Elizabeth La Torre Escalante El Niño del Colibrí 2025
José Víctor Salcedo
José Víctor Salcedo
Periodista político. Editor de la macrorregión sur del Perú - Hytimes.
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Un hombre con boina, barba y bigotes ralos está sentado en una silla, rodeado de esculturas metálicas, en el stand 148 de la plaza Mayor de Cusco. Se llama Heber Samuel Huamán Altamirano: el mago del hierro, el maestro.

Han pasado cincuenta y ocho años desde su primera exposición en el Santurantikuy, el festival cusqueño que antecede a la Navidad. A diferencia de aquellos primeros años, hoy el maestro no puede moverse con normalidad. Una enfermedad se lo impide. Pero no mover los pies no le impide pensar ni crear. Trabaja con hierro, metales, alambres, cualquier elemento. “La cabeza sigue pensando y las manos trabajan. Trabajo en mi cama”, comenta, deletreando las palabras, porque tampoco puede verbalizar con fluidez.

No se queja de la vida, protesta por la falta de apoyo. Quizás se sienta abandonado en una ciudad que se jacta de ser cuna de una cultura milenaria. Tal vez piensa que hoy el artista es más prescindible que antes.

El poeta Gustavo Pérez Ocampo decía que la obra de Heber Huamán “bullía otro fuego” y que “su incandescencia apuntaba a la belleza”. Hoy puede decirse, como si se moldearan las palabras, que su obra es ese nuevo fuego y que su brillo abre un universo de belleza.

Heber Samuel Huamán Altamirano en el Santurantikuy de Cusco
Heber Samuel Huamán Altamirano en el Santurantikuy de Cusco. (Foto: EMUFEC)

El maestro nació en Abancay el 14 de diciembre de 1949. Llegó al Cusco un mes después del terremoto de 1950. Proviene de la estirpe de José María Arguedas: su abuelo materno, Francisco Altamirano, era primo del tayta. De su padre, Emilio Huamán, se sabe —según un libro Huamán elaborado a partir de una exposición retrospectiva organizada por Khipu Ayllu— que fue un empresario industrial, dueño de las célebres “cocinas Huamán”, presentes en muchas casas de los años cincuenta y sesenta. En sus primeras obras, el maestro usó material del negocio familiar.

La revista Caretas publicó en 1973 un reportaje en el que se señalaba que Huamán, entonces de 22 años, había dado a la espejería una nueva dimensión. Ya no se trataba del tallado tradicional en madera con incrustaciones de luz, sino del manejo audaz del hierro. Para el escritor Hernán Velarde, Heber “acomodó sus bártulos donde pudo, y el motor, el yunque, las fraguas forjadoras, los martillos, se conectaron a sus neuronas ennoblecedoras del metal”.

Su obra llamó la atención de artistas como Mariano Fuentes Lira. Él destacó su genio creativo y lo dibujó a lápiz carbón. El retrato, con la inscripción “Cusco 75”, muestra a Huamán de perfil, con la mirada fija en el horizonte, lentes y cabello abundante, casi ondulado.

En el documento de Khipu Ayllu se recuerda que Mariano Fuentes cuestionaba al joven artista por no seguir la corriente indigenista. Se señala que Heber respondía: “No estaba para pintar casitas ni llamitas”.

Expuso por primera vez en el Santurantikuy en 1967; realizó su primera muestra en el Portal Carrizos de la plaza Mayor dos años después; ganó el primer premio del Banco Central de Reserva en 1973; recibió la Medalla Inca Garcilaso de la Vega del Instituto Nacional de Cultura en 1975; viajó a Chile en 1990, donde realizó exposiciones individuales y colectivas; participó en el Primer Encuentro Iberoamericano de Artesanías del siglo XXI en 2000, en Córdoba, Argentina.

Así, el mago del hierro llevó su arte por el mundo. Recibió elogios y reconocimientos. Se lo pudo ver y hablar con él en el Santurantikuy.

Los años viejos

El Santurantikuy, compra de santos, ocupa la plaza Mayor de Cusco cada diciembre como una ciudad dentro de la ciudad. Santos, niños, retablos, máscaras, cerámicas, metales. El día 22, temprano, los artesanos instalan mesas y despliegan sus obras, y se quedan hasta el 24; antes lo hacían solo el día 24.

La gente camina: diez mil, veinte mil o más cada día. Mira, pregunta, compra, regatea, sigue de largo. Es una feria; un ritual. En la feria se ve cómo el arte popular se mezcla con el ruido y la multitud.

En los stands se exhiben obras de imaginería, tallado, cerámica, tejidos, escenas costumbristas, etcétera. En uno de los portales —el que da al Paraninfo Universitario— decenas de campesinos venden musgos, líquenes y otras hierbas silvestres con las que se arman los nacimientos. En otro de los portales se expone el arte de grandes maestros de la artesanía cusqueña y peruana. Hacia el año 2000 se podía apreciar y comprar el Niño de la Espina del propio maestro Antonio Olave. En su taller-museo del barrio San Blas, el maestro atesoraba un Niño de la Espina de unos quince centímetros de alto, bendecido por el papa Juan Pablo II. Era un regalo de Olave para el papa, pero el papa le dijo que era mejor que lo tuviera con él.

Por aquellos años también se podía encontrar en la feria al maestro Hilario Mendivil, con sus figuras de cuellos largos; o a Vidal Rojas, con sus escenas populares y danzas típicas; o a la familia Ruiz Caro, con las cuentas de collar (chakiras). Varios murieron y el Santurantikuy quedó un poco vacío, sin el esplendor de los viejos años.

El Niño del Colibrí

Al costado del maestro Heber Huamán, en otro stand, expone sus obras Elizabeth Latorre Escalante. El Niño Manuelito, versión andina de Jesucristo recién nacido, es bello. Se parece a los niños de otros artistas: rostro chaposo, ojos negros, cabellos rizados. La diferencia está en la materia. En su vestimenta no hay telas: hay minerales. Cobre, sulfuros, amatista, óxido, pirita.

El suyo se llama El Niño del Colibrí. Con ambas manos sostiene al ave. En el Santurantikuy hay niños de todo tipo. Quizá el más famoso sea El Niño de la Espina, del maestro Antonio Olave Palomino. También aparecen niños con trajes tradicionales: cholito, saqra, ccápac chuncho, qorilazo.

El Niño del Colibrí de la artesana Elizabeth La Torre Escalante
El Niño del Colibrí de la artesana Elizabeth Latorre Escalante.

El Niño del Colibrí lleva un poncho mineralizado en cristal de agua y un pantaloncito de óxido y sulfuro de cobre con pirita. El acabado no es inmediato. Toma horas. Días. Cada mineral se coloca capa por capa, una detrás de otra.

Pero el trabajo empieza antes, lejos del stand. La artista acopia minerales en bruto de las minas informales de Chumbivilcas. Luego los muele, los refina en agua, los seca en un horno para devolverles el brillo. Prepara una pasta y pega piedra por piedra. Cada obra avanza paso a paso. Solo la colocación de los minerales puede tomar dos o tres días.

El Santurantikuy es Patrimonio Cultural de la Nación desde 2009. Lo es porque recupera y resignifica las raíces del arte popular cusqueño. No solo eso: es arte popular y tradición navideña; es expresión artística en miniatura y memoria con identidad; es fe católica y cosmovisión andina. Es todo eso, y es mucho más. Las palabras no alcanzan para hablar de su esencia. Para entenderlo hay que caminar, mirar, apreciar y celebrar.