La serpiente de oro: uno y muchos ríos

Relato de un paseo en Santiago inspirado en las páginas de la novela y el libro de memorias del escritor peruano.
Ciro Alegría - La serpiente de oro 2025
Ciro Alegría - La serpiente de oro 2025
Ricardo Mandujano Reyes
Ricardo Mandujano Reyes
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Leer una novela es caminar por la prosa de su autor. Y en La serpiente de oro de Ciro Alegría esta se abre a ratos como un camino escarpado, de tropiezos para el lector desprevenido que, al intentar otearla, verá que debe avanzar con cuidado, así como el viejo Matías le advertía siempre, en la novela, al ambicioso Osvaldo Martínez. En otros momentos, el lector notará la prosa fluir y correr libre, como el río Marañón, su personaje central: dulce y bondadoso, a veces, caudaloso y mortal, otras.

Quizás por eso, entre tantas imágenes que esta novela nos muestra en su recorrido, una de las centrales sea la de una balsa abriéndose paso por el río. Un símbolo de la lucha por la vida en ese medio asaz hostil e implacable que es la naturaleza: ser ambivalente, desprendido a la vez que peligroso, de la cual el continuo choque con los tumbos, palizadas y chorreras que pueden ser letales son solo una pequeña muestra.

Además de lo que trae el río en su devenir, esta novela ofrece mucho más: diálogos y descripciones con expresiones del habla coloquial, figuras poéticas muy bellas, así como un lenguaje ágil y conciso, adecuado al desarrollo continuo de la acción. Un río que, finalmente, arranca al lector de la tierra y lo arrastra consigo, siempre de cara al cambio en cada historia más sorprendente que la anterior a lo largo de sus diecinueve capítulos, y en la voz de algún personaje insospechado, que parece emerger de las sombras, como Silverio Cruz con su relato sobre la muerte de los pájaros en el capítulo once.

 La serpiente de oro también nos muestra escenas de la vida cotidiana de los balseros y los habitantes del valle de Calemar, sus recorridos diarios, historias familiares, sus relaciones con las autoridades y las penurias y tragedias a las que están expuestos. Aunque los animales que habitan y circulan por los alrededores no escapan al ojo y la pluma del autor, ni tampoco los climas de la zona que son gentiles y, a veces, hondamente padecidos. Luego, como reposo y respiro junto al fuego, se describen las fiestas de la gente del valle, llenas de alegría y danzas que traen nuevos aires, aunque también tensiones y conflictos que son el germen de historias nuevas.

Quien haya navegado por un río sabe que este siempre se cruza con otro, o nace de otro. Por eso el río que forma esta novela —un río Marañón de la ficción— atraviesa el de la propia vida del autor, quizás no menos caudaloso. Bastará con recordar que Ciro Alegría fue un “corrido”, un desplazado que huía de las fuerzas represoras del gobierno de Sánchez Cerro por su militancia aprista. Luego fue detenido y se exilió en Chile, país al que llegó a fines de 1934, durante el gobierno de Benavides.

“El río que forma esta novela —un río Marañón de la ficción— atraviesa el de la propia vida del autor, quizás no menos caudaloso”.

En su lucha por vivir escribiendo —y motivado en parte por el premio literario de la Librería y Editorial Nascimento de 1935—, empezó a extender el relato breve llamado “La balsa” desde sus iniciales cincuenta páginas hasta transformarlo en esta novela. Después la presentó al concurso, bajo el seudónimo de Fausto y obtuvo el premio, lo cual impulsó su publicación en todo el país y abrió nuevos rumbos a su creación literaria.

Un río puede ser peligroso. Tarde o temprano, el encuentro de tantos afluentes puede aumentar su caudal y hacer que se desborde. Quizás así, la creciente de este cruce me arrastró a mí también hasta allí, a Santiago, junto al libro de memorias del autor: Mucha suerte con harto palo, en que leí una mención a la Librería y Editorial Nascimento. Luego de indagar un tanto, pude llegar a la última dirección en que estuvo ubicada (en la Calle San Antonio, en el centro de Santiago) y constatar que ahora es una tienda de productos importados directamente de la India. Era el último resquicio de una editorial que duró casi un siglo, fundada por el migrante portugués Juan Nascimento en 1875, continuada por su tío Carlos George desde 1917, y luego por su hijo Carlos hasta su cierre definitivo en 1986.

La editorial acompañó no solo las primeras publicaciones de autores chilenos como Gabriela Mistral, Nicanor Parra o Pablo Neruda, sino también de otros peruanos, aparte de Alegría, tales como Rosa Arciniega. De todo eso, lo único que sobrevivía ahora era la estructura de la fachada y la numeración: 390. Eso y el flujo de gente, pues es una calle del centro, cercana al Paseo Ahumada, —una especie de Jirón de la Unión santiaguino— y al palacio de La Moneda, que pese a ser más “icónico”, no me conmovió tanto como esta muestra viva del implacable paso del tiempo.

¿Se había secado el río? Para nada, pues la gran cantidad de librerías y editoriales en todo Santiago es innegable. Hay librerías en San Diego y sus alrededores, en Lastarria, Providencia, Ñuñoa, y quizás la lista no termine.

El río del tiempo sigue fluyendo, aunque cambie de curso, y las antiguas playas y orillas parezcan secarse, pero de ellas puede quedar algo, como la emoción que me causó la lectura de esta novela y que, conscientemente o no, me llevó a ahondar en la historia de su gestación —otra cara de lo que el mismo Ciro Alegría llamaba “La novela de mis novelas” — y a escribir estas líneas, en un intento de sumar una pequeña vertiente que, poco a poco, con “harto palo” y algo de suerte pueda llevarnos algún día a mares y océanos desconocidos.