Avellaneda como espejo: las barras bravas que corroen Sudamérica

La masacre en Avellaneda expone nuevamente cómo las barras bravas, la complicidad dirigencial y la indiferencia de las autoridades convirtieron al fútbol sudamericano en un escenario de violencia que desborda las tribunas y golpea a toda la sociedad.
Violencia en Avellaneda
Erick Gamarra
Erick Gamarra
Periodista
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La noche del miércoles en el estadio Libertadores de América de Avellaneda no dejó un partido, dejó una masacre. La violencia entre barristas de Independiente y la Universidad de Chile desbordó cualquier límite, con decenas de heridos, un hincha arrojado desde lo alto y familias atrapadas en medio del terror. Lo que debía ser una celebración deportiva se transformó en un campo de batalla, con dirigencias que esquivan responsabilidades, una policía lenta y desbordada, periodistas que relativizan culpas y fanáticos que todavía buscan bandos o justificantes. Lo ocurrido es otro recordatorio a la región de que el barrismo no es solo un flagelo del deporte, espectáculo o asuntos de tribunas, sino un problema social enquistado que sigue deteriorando a Argentina, Chile, Perú y a Latinoamérica, en general.

Durante el primer tiempo, barras bravas de la ‘U’ lanzaron proyectiles de todo tipo —incluso un inodoro— contra aficionados de Independiente que se encontraban en una zona más abajo, y la situación escaló hasta que el cotejo fue suspendido apenas iniciada la segunda etapa. Miles de seguidores ‘azules’ acabaron desalojados, pero la salida se convirtió en un caos mayor, ya que un grupo quedó atrapado dentro del recinto y fue acorralado y golpeado por simpatizantes locales. Algunos intentaron huir trepando rejas, aun así, fueron empujados al vacío; en tanto, otros, agredidos con objetos contundentes —incluido un menor de edad— quedaron inconscientes en el suelo. El saldo, de momento, es de 12 chilenos hospitalizados, uno de ellos entubado y en el quirófano tras caer de gran altura, alrededor de 100 detenidos y reportes extraoficiales de desaparecidos.

 

“Lo ocurrido es otro recordatorio a la región de que el barrismo no es solo un flagelo del deporte, espectáculo o asuntos de tribunas, sino un problema social enquistado que sigue deteriorando a Argentina, Chile, Perú y a Latinoamérica, en general”

 

Lo primero que salta a la vista, asociado al señalamiento al anfitrión, es la aparente pasividad de la propia Conmebol. ¿Cómo es posible que ambas barras estuvieran tan cerca, una sobre la otra, sin un espacio libre que evitara contacto visual y sin resguardo policial o protección privada? Resulta incomprensible que esas condiciones no fueran revisadas por la organización sudamericana. A esto se suma la actuación de las fuerzas del orden. Si los incidentes comenzaron en los primeros minutos, ¿por qué recién se actuó al comenzar el complemento? Además, en lugar de evacuar a todos los visitantes se permitió que varios quedaran atrapados, dejando el camino abierto a la irrupción violenta de las turbas dueñas de casa.

Como si fuera poco, los heridos que salían de las instalaciones se vieron atacados por los propios efectivos. ¿De qué manera se entiende semejante abuso? Todo mal. Por su parte, el presidente de Independiente, Néstor Grindetti, parece más interesado en trasladar toda la recriminación a la facción de la ‘U’ de Chile que hacer un mea culpa. Con declaraciones en las que asegura que su club “no tiene nada que ver”, prioriza la victoria en el escritorio mientras hay lesionados y una persona en estado crítico. Ese dirigente está empeñado en sumar puntos y lavarse las manos antes que en la salud de los afectados y la magnitud de la tragedia. Una vergüenza que retrata la podredumbre de ciertos directivos.

 

“Cerrar los ojos ante esta realidad no es opción. No basta con prohibiciones; en paralelo se requieren propuestas legislativas que acompañen esas normativas, con programas que apunten a la reinserción y a canalizar la pasión hacia espacios constructivos”

 

Las investigaciones deben ser objetivas y la sanción tiene que ser la eliminación de ambos equipos, para fijar un precedente histórico. Las dos barras participaron directamente en los ataques y los clubes fallaron en controlar a sus seguidores: Independiente en la seguridad al ser local y la ‘U’ en el manejo de sus ultras. Asimismo, el ente rector del torneo urge aplicar un castigo ejemplar que ponga la vida por encima del negocio. Con ello corresponde agregar la medida disciplinaria al escenario deportivo, junto con delincuentes involucrados y autoridades responsables. Es fundamental comprender, de una vez, que asistir a un compromiso de fútbol no puede implicar el temor de que alguien atente contra tu integridad.

Lo que pasó en Avellaneda no es un hecho aislado; en el Perú también convivimos con los barristas que muchas veces son protagonistas de focos de salvajismo y crimen organizado. En el papel existen disposiciones que exigen marcar la diferencia —identificar a los violentos, prohibirles el ingreso de forma definitiva y establecer registros oficiales de malos elementos—, pero en la práctica no se cumplen. Peor aún, presidentes o administradores mantienen vínculos y pactan con barras bravas, dándoles entradas, favores o dinero a cambio de apoyo. Esa confabulación alimenta un círculo vicioso que revienta en los barrios, calles y estadios.

 

“Esa confabulación alimenta un círculo vicioso que revienta en los barrios, calles y estadios”

 

Cerrar los ojos ante esta realidad no es opción. No basta con prohibiciones; en paralelo se requieren propuestas legislativas que acompañen esas normativas, con programas que apunten a la reinserción y a canalizar la pasión hacia espacios constructivos. El barrismo no puede seguir siendo sinónimo de males o destrucción, tiene que transformarse en un movimiento que, con límites claros, encuentre un lugar en la sociedad sin poner en riesgo a nadie. Este domingo se jugará un clásico más del fútbol peruano entre Alianza Lima y Universitario, en el Monumental de Ate, únicamente con hinchas locales. Esa disposición es obligatoria. Que no gane la violencia disfrazada de pasión, que gane el deporte.