Como en todas artes, actualmente, la poesía discurre en distintas vertientes temáticas y de estilo, sin que ningún canon poético prevalezca. Quizás la palabra canon ha dejado de tener una función, así como dejó de ser útil el término “generación poética”, prevaleciendo ahora la pluralidad, lo diverso. Podemos leer con emoción el último libro de la poeta Mary Soto, Spartacus, Corazón de fuego, con su potente poesía comprometida con la justicia y el pueblo; así como, también, compenetrarnos en la multi referencialidad de un mundo globalizado en la poesía de Edián Novoa de su reciente libro Alegorías de Medusa, en donde, por cierto, encontramos unos novedosos haikus.
En este contexto, de evidentes cambios en la concepción y tratamiento de todas las artes, nos hallamos con la poesía erótica de Corazón ardiente del estío (Ediciones Condorpasa, 2024) del poeta y narrador Samuel Cárdich (Huánuco, 1947), que es una fastuosa celebración no solo del éxtasis, del amor, del deseo, de los cuerpos, sino, además, de la palabra, del lenguaje de vertiente clásica, apegada a la tradición del Siglo de Oro, del Romanticismo, del Simbolismo. Razón y eros se ensalzan, aquí, y llegan a un nivel en que pueden comulgar juntos despojándose de las impurezas de lo cotidiano.
En su ensayo, La llama doble, Octavio Paz, conjugando erotismo y amor, señala que “el testimonio poético nos revela otro mundo dentro de este mundo, el mundo otro que es este mundo […] ¿No es esto, por lo demás, lo que ocurre en el sueño y en el encuentro erótico?”. Esa revelación, esa percepción de lo invisible, esa tentativa de aprehender aquello que está más allá del lenguaje, que comparten el erotismo y la poesía, lo vemos, por ejemplo, en estos versos de Cárdich escogidos casi al azar: “Querer es la locura de entrelazarme /por los dedos a tus manos, como raíces que abrazan / la tierra o la roca subterránea; de ir más allá / de tus huesos y de tu carne / y anhelar, iluso, entrar por los bordes de tu alma, / de modo tal, que cuando te alejes, / estés siempre conmigo, me tengas ceñido / a tu cuerpo, tejido en tus células, / colmando todos tus vacíos”.
Poseer como el amor, alejarse al ir más allá de la carne, anhelarse, buscarse otra vez, y vuelta al erotismo, al éxtasis, es la dinámica de los poemas que leemos en este libro de Samuel Cárdich. El lenguaje, digamos, neoclásico, se sostiene en todo el poemario, así como se sostiene el yo del poeta, que poco a poco va colmándose de la amada; porque, como sostiene Paz, aquel yo no existe más que en relación con otro yo (”ceñido / a tu cuerpo, tejido en tus células”). Ambos están unidos en una oposición complementaria, y es así que los amantes se convierten en una metáfora (o en la fenomenología) de la experiencia poética.
Para Paz, tanto la experiencia amorosa como la experiencia poética suprimen la distancia que existe entre nosotros y el mundo; podríamos añadir que, en esta época hipersexualizada, también suprimen el tiempo: “Dulces son tus labios cuando besan / con qué ardor para reparar el tiempo perdido”, nos dicen estos versos, las razones de un ardiente corazón en el estío, en la perpetuidad del verano.