Si buscamos los orígenes y los significados de las palabras que componen el título de este magnífico libro de poesía de Willy Wong, Camila y los sonidos salvajes (Editorial Bruño, 2025), daremos con que Camila es la que está cercana a lo divino, la palabra sonido significa “la sensación de escuchar” y el concepto original de la palabra “salvaje” es lo que crece o vive en estado natural. Entonces Camila representa nuestro retorno a la naturaleza, esa búsqueda de entender el lenguaje divino de la creación, y es la inteligencia y la sensibilidad de descifrar los sonidos.
“Las voces se quieren” se dice en el primer poema titulado Adentro. Son las voces de niñas, de niños y de animales como los pollos o los cuyes. Sonidos articulados que entablan una comunicación, una armonía necesaria, porque si el gallo deja de cantar en la mañana hay problemas, se corta la comunicación o el flujo cotidiano de la vida.
Hay otro tema importante también que se presenta en el segundo poema titulado Suenan y que se desarrolla sobre todo hacia el final del libro. Reconocemos los sonidos de Pedro el perro, de la gata Gaby, del loro Lore, pero no del pez Pepe que es “mudo”. El libro plantea esa necesidad de entender lo que en apariencia no tiene lenguaje. “¿Dónde está?”, se pregunta la voz poética o Camila al final del poema. Y es que el libro nos hace reflexionar sobre los hábitats y las diferencias de los que habitamos esta “casa sin paredes” como es que denomina a la naturaleza.
Esta casa sin paredes se ubica geográfica y simbólicamente en Piura, en el norte del Perú, allí oímos al roedor que chilla en Sechura, o estamos en Talara, escuchando a una coneja norteña llamando a su pareja. Hay un reconocimiento y valorización del terruño, de sus platos tradicionales como la malarrabia o el turrón llamado chumbeque. La tierra nos brinda sus frutos, lo mismo que los otros seres vivos como la vaca Verónica. Su mugido, así como el balar de las ovejas, se necesita con el rebuzno de la mula que trabaja muchas horas. Y de la misma manera se necesitan la yegua, el zorro, el chivo, el puma, la tortuga, la pata. Como dice un verso: “Lo salvaje es el coro de todos los seres vivos”, es decir todos los seres vivos que habitamos esta única casa sin paredes.
Es así que Camila nos habla de esta su extensa familia, de este coro donde está el tío Alonso que “llueve palabras en el bramido de los toros”, donde está la tía Estela, el tío Heredia y el abuelo. Son las raíces, es su arraigo a la tierra. Pero también nos habla del viaje, cuando la pata empieza a volar, y es que cuando desarrolla sus potencialidades conoce su libertad en el vuelo.
Camila anda por el norte, se pregunta, da a conocer, aprende y enseña. Su curiosidad y biofilia logran que entienda metafóricamente los sonidos de los caballitos de mar, de los lobos de mar, de la estrella de mar, de la almeja, del erizo. “El mar está lleno de luz”, nos dice señalando luego que las dunas o el desierto también son parte de nuestro hogar. Allí reconocemos los zumbidos de los insectos, los más pequeñitos.
La comunicación, entonces, es completa, es lo que permite la vida, es lo divino; por eso Camila empieza a cantar hacia el final del libro, incluso con aquel “sordo cantar” de los seres que en apariencia no tienen voz. “El mar también canta”, nos dice en el poema final que se titula Cantante. Dice: “La ballena canta y Camila también”. El canto de Camila, por tanto, es este libro. Libro que nos entrega Willy Wong con el que obtuvo el segundo puesto del Premio Nacional de Poesía Infantil del Ministerio de Cultura.