XX
Sin duda es envidiable tener entre nuestras manos un texto de tanta lucidez y juventud. Treinta años ostenta José Carlos Mariátegui y nos permite observar de un pincelazo firme lo que acontece, literalmente, en Europa. No solo le debe a la pintura, al fresco su perspectiva (p. 159), sino a su prosa periodística que ágilmente puede seguir los movimientos cinematográficos de la historia (p. 11, 159). Quizá en este peruano hay también un acontecimiento, porque ha podido leer, incluso más allá de su punto de referencia, un cierto futuro del mundo. Desde la presentación de su libro, antes que solo la modestia de un lector del tiempo reciente, Mariátegui se anima a plantearnos su estrategia y su postura sobre el tablero de los últimos años.
Su empresa se nos presenta en siete ensayos con sus respectivas subsecciones. En total, contamos con cuarenta y dos artículos o, mejor, escenas, porque la teatralidad no está exenta en las líneas del libro, y esto no tiene que ver con un artilugio de su autor, sino a las mismas circunstancias de los personajes que desfilan sobre la tarima del momento que se nos ofrece. Aún más, se acompaña y delinea, decisivamente, los perfiles de veintiún personalidades de las que no se puede negar su protagonismo y su emergencia en el panorama mundial, en el centro del debate de la verdadera res publica, del asunto que nos incumbe a todos.
El procedimiento de Mariátegui es dialéctico, qué duda puede caber, pero no se ciñe a la mecánica burda de lectura ortodoxa de los acontecimientos, casi narrados, sino que se atiene a un cuidado en el seguimiento de los hechos y de las personalidades que forman estos. Es decir, sigue la efervescencia del momento con el mismo ánimo que organiza sus ideas y juicios. En un primer pareado, no existirían ni Mussolini ni el fascismo, si la democracia no se encontrara en franca crisis. Por un lado, el Duce le debe más al socialismo su existencia que al propio fascismo, ya que de la falta de tacto político cuando se encontraban aquel en el poder, supo aprovechar lo “irracional”, lo “emocional” (P. 17), “la exaltación guerrera” (p. 35), lo neorromántico, lo mítico, lo heroico, lo bizarro, (p. 23, 65) por sobre lo político. En otros términos, consiguió traducir un sentir, más que organizarlo, junto a un par intelectual, un artista, como Gabriele D’Annunzio. La acción prima, sin duda, y Mariátegui no duda en emitir un primer juicio: “Gente de clase media, los artistas y los literatos no tienen generalmente ni aptitud ni elan revolucionarios. Los que actualmente osan insurgir contra el fascismo son totalmente inofensivos” (p. 27). Probablemente este joven intelectual se incluya en ese mismo grupo.
¿Qué es el fascismo, entonces? Un movimiento (p. 28, 35), se nos informa, pero no se debe simplificarlo ni esquematizarlo (p. 34), porque hasta este momento ha conseguido derrotar con solvencia a sus adversarios. Es más, se acusa al socialismo haberse retirado o perdido la batalla frente a este (P. 34). Así las cosas, se nos permite comprender que la forma cinemática de Mariátegui procura moverse al lado, pero nunca, absolutamente de acuerdo, con el proceso histórico que nos presenta. Esto se debe a que, al fin y al cabo, el fascismo es pasadista (p. 36), no quiere comprender las transformaciones sociales y su necesidad; la necesidad de construir el porvenir. Bajo estas premisas, el joven periodista afirma que la “batalla final” no podría ser entre esta corriente italiana y la democracia, sino contra las conquistas de la revolución (p. 41).
La crisis de la democracia
El segundo conjunto del libro y el más extenso, “La crisis de la democracia”, busca responder a la pregunta sobre la aparición del fascismo. Su razón fundamental es el Tratado de Versalles. Este, como humillación contra el pueblo alemán (p. 45), fue criticado por el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, pero poco importó su parecer y su iniciativa concretada en la Sociedad de las Naciones, fruto del liberalismo demócrata fundado en el capitalismo internacionalista (P.46). Esto se debe a que el mal ya está hecho, la crisis ya está instalada, y este modelo no tiene la capacidad de presentar un nuevo ideal de humanidad (p. 49-50,56). Y este, para el idealista Mariátegui, lo ostentaría la revolución proletaria, porque implica un cambio de paradigma (p.50). Esta crisis, en general, no es una causa, sino una consecuencia, la manifestación de los límites de Occidente (p. 65). Incluso, el golpe final contra la casi utopía democrática fue sellada por el imperialismo norteamericano marcado por el asenso del republicanismo inmediatamente posterior al gobierno de Wilson (p. 83).
Frente a las sombras del fascismo y la caída de la tradición democrática, Mariátegui considera con toda seriedad y esperanza religiosa a la revolución rusa como solución. Su perspectiva de lectura de la historia y del desenvolvimiento del pensamiento, si bien tiene su raíz en Marx, se condice con su comprensión de las ideas de Trotski. En este punto, las tensiones entre la intelectualidad, el presente y el futuro es asumida por este cronista, bajo la consideración de que aún no arriba el pensamiento juvenil pleno y que lo que experimentamos es el crepúsculo de una forma caduca (p.93). Y no exageramos cuando hablamos de fe en Mariátegui, ya que él mismo considera que “El orden nuevo, el orden revolucionario, racionalizará y humanizará las costumbres” (p. 94). Nos encontramos ante una exposición activa y comprometida en La escena contemporánea; no hay ascetismo, sino, más bien, inmersión en el ritmo del tiempo.
El giro de tuerca en este preciso momento le incumbe a la acción política por encima de cualquier otro tipo de actividad y en torno a la que todo esfuerzo debería orientarse, tal como asiente el periodista (P. 101). El contraste es claro en la propuesta: si la Segunda Internacional permitió la organización estructural de la revolución, la Tercera es la pura actividad revolucionaria (p. 115). Es un proceso lógico e inevitable, además, pero, por las urgentes circunstancias, es necesario acelerar el proceso. Esto tiene que ver, sobre todo, con la crisis de la alternativa, con la crisis del socialismo para la cual no solo se presenta un juicio, sino un diagnóstico estratégico; la necesidad de moderar tanto el clasismo revolucionario radical como el colaboracionismo con el régimen burgués (p. 123). La diferencia es clara, el comunismo apunta a la masa que precisa del cambio, mientras que se nos presenta al socialismo como un grupo reformista, pasivo, parlamentarista, democrático (p. 126). Este es el resumen de la crisis: una amenaza del fin revolucionario como una oportunidad radical.
La crisis del socialismo
El cuarto ensayo, el segundo más extenso, a pesar de las observaciones sobre la intelectualidad mencionadas, se aborda su problemática relación con la revolución. Aquí se intenta responder a la cuestión del lugar de la inteligencia en el marco histórico y su participación concreta. Se establece, de saque, que la concepción de la guerra no es la clásica y que no se ha podido extraer un rédito estético a la misma (p. 152). Quizá yerra un tanto acá el analista, porque qué provecho se podría sacar de una guerra larga en la que se moría en las trincheras a causa de la parálisis y el frío. Ya no es el mundo del cuerpo a cuerpo griego o el de la heroicidad del movimiento, sino de la innovación destructiva con las armas químicas. Difícil esperar un impulso estético de ese horror. Esto se le pasa a Mariátegui, quien encuentra el nuevo epos en el colectivo (p.153), lógicamente, y, como consecuencia también evidente, el grupo intelectual debe atenerse a su ánimo, a pesar de su individualismo, heterodoxia (P. 154) e, inclusive, su conservadurismo (P. 155). Drástico juicio, pero el cual consideramos bastante acertado. Al fin y al cabo, “La revolución más que una idea, es un sentimiento. Más que un concepto, es una pasión. Para comprenderla se necesita una espontánea actitud espiritual, una especial capacidad psicológica” (p. 155). No está demás decir que Mariátegui se considera un espécimen predilecto del mundo por venir.
Dentro de las consideraciones intelectuales y estéticas de nuestro cronista, solo podemos mencionar un par de ideas, porque el objetivo es invitar a la lectura del texto. Al parecer, Henri Barbusse es el artista más afín con el ejercicio de La escena contemporánea o, mejor, su más grande influencia, porque este no puede ser clasificado literariamente (p. 158), porque trabaja cinemática y pictóricamente (p. 159), y porque piensa como cronista (p. 160) en la épica de la multitud (p. 162). Un buen aprendiz del escritor francés se nos presenta este joven peruano: “La historia es una colección de biografías ilustres. Barbusse escruta sus dessous” (p. 163). En segundo lugar, la síntesis marxista llega bajo la idea de que el pasado y lo nuevo pueden maridarse sin problema hacia el porvenir (p. 168) y para afirmar esto se vale de la propuesta estética de Anatole France. Finalmente, Mariátegui entiende que el mito no se puede abandonar, sino que se requiere su refundación, a partir del aliento revolucionario, tal como se puede avizorar un tanto en el artista plástico George Grosz (p. 185).
El mensaje de oriente y el semitismo
¿Acaso se queda Mariátegui con una mirada europeísta? ¿Acaso bastaría con mirar a Europa? Para una mente clara sobre las posibilidades de la revolución, la respuesta debe ser un rotundo no. Por este motivo, también es encomiable leer en su sexto ensayo un reconocimiento validísimo de Oriente. En este, reconoce que el hombre blanco mira a esta parte del mundo en busca de paz para su cansado corazón (p.190-191). Evidentemente, esto puede convertirse en un proceso de exotización, pero solo el tiempo irá afinando esta intuición de joven analista, quien no duda en agregar estas modificaciones en la mirada como una necesidad revolucionaria, en concordancia con la urgencia planetaria para nuestra especie (p. 192). Dos son los grandes personajes en este contexto. Por un lado, Gandhi y su labor fundamentalmente espiritual y religiosa de la que se resiente Mariátegui (p. 198) y, por otro, Tagore, con quien se siente más próximo por su internacionalismo (p. 199) y por su crítica contra provincialismo del Mahatma (P. 199). Igualmente, y con honradez plena, el joven cronista acepta el poder activo del primero y la intelectualidad del segundo (p. 203). No menos importante, también comenta la mudanza de Turquía y su occidentalización.
Finalmente, como punto en suspenso, pero con clara proyección, Mariátegui comenta la situación del pueblo judío, entre el semitismo y el antisemitismo. Su juicio es favorable sobre el lugar de esta nación en el marco internacional, partiendo del capitalismo financiero que representan y su cercanía con el imperialismo inglés (p. 212); hecho que aseguraría, al parecer, no solo su relevancia, sino su victoria como una misión internacional y humana, desde el punto de vista de Einstein, citado por el ensayista (p. 214). Por otro lado, en cuanto a la corriente contraria al pueblo hebreo, Mariátegui la describe próxima al conservadurismo, al nacionalismo (p. 214, 218) y a cierto sector de la política alemana (p. 217); todo esto contra la paz y el puritanismo sustentado por el movimiento judío (p. 215). Frente a todo este embrollo, siguiendo con su lógica argumental y teórica que lo sostiene, su conclusión determina el impulso al nacionalismo judío como la mejor salida (p. 218).
Tal vez tengamos que acabar como empezamos esta reseña; con la más pura envidia, porque, si todo lo que está vertido en La escena contemporánea es una ficción barbusseana, a la sazón de Mariátegui, esta es absolutamente verosímil. Para quien sigue el pulso del mundo, la lectura de este libro no solo le será coherente, sino lúcida y con una proyección de largo aliento en el tiempo, siempre que se esté dispuesto, o por lo menos informado, de los vaivenes del agitado panorama mundial. Así que, si alguien estuviere dispuesto a tener una aproximación de nuestros tiempos, por lo menos en Perú, no debería pasar de largo a este libro para establecer un balance sobre el kairós, sobre el tiempo oportuno de la revolución, aunque se quiera sembrar la duda de esta. Imposible, bajo todo lo escrito, que se pase de largo a este libro, más bien, todo lo contrario.