Escribir la biografía de un autor como Herman Melville implicaría volcar sobre la página años de estudio riguroso: archivo tras archivo, notas al pie, cronologías minuciosas y un sinfín de referencias cruzadas. Esa es, al menos, la ruta tradicional de la biografía académica, exhaustiva, que se detiene en los pormenores y hace de cada dato una tesis. Pero existe, por fortuna, otra forma de biografiar: una que surge no solo del conocimiento erudito, sino de la capacidad de leer al autor como ser humano antes que como figura de museo. Una biografía escrita con sensibilidad, inteligencia crítica y una prosa sutil y profunda que sabe detenerse cuando es necesario a explicar lo que el propio biografiado quiso decir en cual o tal pasaje. En esa segunda categoría, tan valiosa como la primera, se ubica la extraordinaria Herman Melville. Una biografía de Elizabeth Hardwick.
Dividido en doce capítulos y un epílogo, cuyos títulos remiten a las obras del propio Melville, el libro no se limita a trazar la cronología del autor o mostrar su genio, sino también explora con lucidez literaria sus aristas más íntimas. Hardwick nos lleva desde sus orígenes familiares hasta el final de sus días, sin soslayar las zonas más oscuras, y por eso mismo humanas, de su existencia. Así conocemos su matrimonio con Elizabeth Knapp Shaw y el trágico destino de sus hijos: Malcom, que se suicidó a los dieciocho años de un disparo en la cabeza; Stanwix, sordo desde la muerte de su hermano y fallecido a causa de tuberculosis a los treinta y cinco años; Bessie, aquejada toda su vida de reumatoides y siempre al cuidado de su madre; y Frances, la única que logró formar una familia y legar el apellido Melville a una descendencia que, finalmente, gozó de la fama póstuma del escritor.
Hardwick no evita discusiones incómodas. Cita a la biógrafa Robertson-Lorant, quien menciona que Stanwix murió acompañado por un amigo, y apunta: “Esto es intrascendente, a menos que se pretenda sugerir una relación homosexual”. Una frase fiel al tono del libro, nunca sensacionalista. También se refiere a la posible homosexualidad de Melville, a partir de ciertos pasajes homoeróticos de sus novelas y su relación obsesiva con Hawthorne.
“Herman Melville. Una biografía, aunque breve, está al nivel de grandes biografías literarias, como las que Pietro Citati dedicó a Katherine Mansfield o Franz Kafka”
Uno de los logros del libro es mostrar la fecundidad de la escritura melvilleana. La autora apunta: «Redburn se publicó seis meses después de Mardi y Chaqueta blanca cuatro meses más tarde». Es esta energía vital la que Hardwick no deja de subrayar. Y en un capítulo breve, pero iluminador, describe la amistad con Nathaniel Hawthorne como una de las más importantes —y decepcionantes— en la vida de Melville: «Hawthorne y Melville se conocieron en los Berkshires y se fraguó una amistad única en la vida de Melville, única en cuanto a inspiración y única en cuanto a decepción».
Mención aparte merece el capítulo dedicado a Moby Dick, el más extenso de todos. Hardwick demuestra ser una lectora fina y sutil que analiza las motivaciones, obsesiones y simbolismos de que rodean a personajes como Queequeg, Ahab, Ismael y Starbuck. Incluso enumera los barcos con los que se cruza el Pequod en su búsqueda fatal de la gran ballena blanca como una manera de esquematizar la obsesión que el capitán Ahab siente por ella.
Tal vez los lectores familiarizados con la teoría literaria noten que Hardwick lee la obra de Melville bajo un enfoque biografista. Pero su aproximación no es antojadiza, pues responde a un impulso profundo de comprensión de alguien que ha vivido la prosa de Meville. Es decir, parte de momentos específicos de la vida del autor para iluminar pasajes de sus libros. Si su estilo es poco ortodoxo, sale bien librado gracias a su combinación de intuición y rigor, emoción y juicio.
Herman Melville. Una biografía, aunque breve, está al nivel de grandes biografías literarias, como las que Pietro Citati dedicó a Katherine Mansfield o Franz Kafka. Con sobriedad y hondura, logra captar, en cada uno de los personajes y las novelas revisadas, la obsesiva y genial personalidad de un autor que convirtió a una ballena en símbolo de un siglo —y quizás más—, y que hizo del capitán Ahab una figura trágica en busca de redención en las entrañas mismas del infierno.