El nombre de Aira se asocia de inmediato a lo prolífico. Autor de una vastísima obra narrativa, lo es también de unos ensayos y artículos escritos con inteligencia y con una amable sabiduría que han sido reunidos bajo el título La ola que lee. Artículos y reseñas (1981-2010), publicados por Random House el 2021 y que constituyen todo un rescate del trabajo intelectual del narrador argentino. Esa labor estuvo en manos de María Belén Riveiro, quien se encargó de rastrear los textos dispersos de Aira en publicaciones antiguas y periódicas aparecidas en su tierra natal pero también en otros países.
De este modo, el libro nos permite ver la evolución del joven Aira, en la década de los ochenta, hasta su madurez, entrado ya este siglo. En la primera parte, así, estamos ante un Aira capaz de reivindicar a narradores de su patria que él considera importantes (de hecho, Aira no solo escribe sobre lecturas que le han gustado, sino también sobre aquellas que lo han decepcionado o arrastrado a tirar el libro por la ventana. Ver, por ejemplo, el ensayo titulado «Novela argentina: nada más que una idea»). Enumera y analiza el trabajo de Peyceré y de Emeterio Cerro, el de Puig y el de Copi, y siempre se refiere con solemnidad y respeto al trabajo de Osvaldo Lamborghini y al de Laiseca. En estos primeros trabajos encontramos al Aira más visceral y hasta rabioso (por ejemplo, cuando dice de Piglia, o más precisamente, de Respiración artificial, que es «una de las peores novelas de su generación») o cuando diserta sobre los escritores del boom: los dardos de Aira no están exentos de bilis; sin embargo, se rescata el atrevimiento de no arrodillarse ante los autores, vivos en ese entonces, de ese movimiento literario y marquetero.
En la década siguiente, Aira ensaya con más solvencia y lucidez: el trabajo sobre Arlt resulta iluminador a partir de la distinción clásica entre impresionismo y expresionismo; el que le dedica a Tanizaki destaca por el análisis de la esvástica como símbolo que recorre la novela del japonés titulada Manji o Arenas movedizas; o el trabajo en el que comenta Memorias de una enana, novela de Walter de la Mare, así como el trabajo sobre Kafka y Duchamp.
Cierra el conjunto la parte que va de los años 2000 al 2010. En este nivel, Aira escribe un bello texto que da título al libro, y en el que se refiere a los flipbooks, esos libritos cuya característica esencial es la rapidez de lectura y que «están hechos de ilusión y velocidad». Y, por supuesto, la segunda parte que está dedicada a una ola que, en efecto, lee. «El libro se sacude imperceptiblemente sin perder su posición, abierto en un ángulo de ciento setenta y cinco grados. Fijos en él están los dos grandes ojos de agua de la cabeza de la ola, y todo el conjunto avanza hacia la playa».
Por otro lado, con una prosa que no se rebaja a la autocomplacencia ni al facilismo explicativo, Aira ha logrado con estos ensayos marcar un derrotero, desde mi perspectiva, más interesante que la proliferación de sus novelas.