El silbido regresa: el tren vuelve a surcar los Andes, despertando nostalgias de antaño

El tren regresa este jueves 17 de abril, cruzando los Andes y reviviendo el viaje lleno de recuerdos que une Lima con Huancayo.
El silbido regresa, el tren de pasajeros revive el viaje entre Lima y Huancayo.
Carlos Ordóñez
Carlos Ordóñez
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Mañana, jueves 17 de abril, el tren volverá a subir a los Andes. Y con él, no solo los turistas que buscarán vivir una experiencia distinta por Semana Santa. Con él también regresarán los recuerdos. Porque ese tren, que hoy corre solo en fechas especiales, alguna vez fue el alma del camino.

Durante décadas, hasta 1991, el tren de pasajeros entre Lima y Huancayo fue más que un medio de transporte. Fue rutina, fue paisaje, fue encuentro. Partía todos los días, como si nada pudiera interrumpirlo. Desde Lima a las seis y siete de la mañana, dos trenes —de primera y de segunda— se lanzaban al corazón de la cordillera. Y once horas después, tras 332 kilómetros de ascenso, llegaban a destino.

Afuera, los cerros. Adentro, el bullicio. En los coches de segunda, el viaje era una fiesta: vivanderas con canastas de trucha frita, costillas arrebozadas, sánguches, mazamorras. También frutas, refrescos, café humeante. Panes recién salidos de los hornos de estación en estación. Se vendían diarios, revistas, hasta juguetes. En los coches de primera y buffet, la atención era con platos a la carta. Pero la esencia estaba en el compartir.

Había quienes llevaban coca para el soroche. Otros esperaban la parada en Ticlio para sentir el aire más fino del mundo. Los enfermeros recorrían los vagones con tino y los inspectores —uniforme azul, kepi impecable— caminaban con autoridad y respeto. Los brequeros, en puntos clave como Chinchán, Galera o Casapalca, se preparaban para cambiar las vías y dar paso al otro tren que venía desde el otro lado.

Y estaban los túneles. Oscuros, largos, eternos. 67 veces se apagaba la luz del día para que después el tren emergiera en otro paisaje. Los puentes eran hazañas de la ingeniería decimonónica: el Infiernillo, el Chaupichaca, el Carrión… obras levantadas sobre abismos que todavía estremecen.

Para Koki Zelaya, el “Hombre tren”, recordar es resistir. Lo cuenta todo como si acabara de bajar del vagón. “Antes corría todos los días. El tren era para el pueblo. Los trabajadores crecieron y murieron entre pitos, campanas y locomotoras. Eran héroes anónimos”. Él ha juntado más de 50 mil firmas para pedir el retorno del servicio regular. “Esperamos que vuelva el tren”, dice, con la fe de quien nunca ha dejado de escucharlo.

Koki Zelaya, el “Hombre Tren”, rememora los días dorados del ferrocarril entre Lima y Huancayo.

Mañana volverá. Solo por ahora, pero volverá. Y tal vez no sea un viaje cualquiera. Tal vez sea, otra vez, la señal de que lo que parecía ido, puede regresar.

Porque hay trenes que no se olvidan. Y cuando vuelven a sonar, como mañana, no solo traen pasajeros. Traen memorias.