Las sendas poéticas de Virginia Benavides

Comentarios sobre el poemario Viaje a los campos sin fónicos: escenas de un documental en fiebre. Alastor Editores, 2023, pp. 84.
Virginia Benavides, poeta peruana. (Foto: Wilber Huacasi - Hytimes.pe)
Cesar Augusto López
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Ligar (montar) el pensar, el sentir, la imagen en la palabra poética.

Desde el título del poemario de Virginia Benavides, se nos propone un problema central, o quizá más de uno, pero solo queremos concentrarnos en un aspecto; la “sin fonía”, la ausencia de sonido como premisa de trabajo poético. Desde el momento cero del libro en nuestras manos, no podemos saber a qué tipo de viaje nos embarcaremos, pero el espacio que se recorrerá es uno que implica el reto del silencio o lo indecible. ¿Cómo poetizar desde aquel vértice? Ese es el reto, en primerísimo lugar, que asume Benavides y al que nos reta también en la lectura de su poemario.

Pero queremos avanzar un poco más, detenernos ahora en el subtítulo, el cual también se nos presenta enigmático, pero contundente. Seremos testigos de escenas, imágenes, un desfile que no necesariamente precisa del sonido, como las primeras proyecciones del cine mudo o como las imágenes convocadas por la fiebre altísima. Entonces, quizá la llave de la dificultad del poemario podría presentarse en el acto documentalista del conjunto de piezas que leeremos. Aún así, fue inevitable pensar en Apuntes para una Orestíada africana (1970) de Pasolini, ya que en esa especie de manifiesto se nos plantea una cuestión profunda que también se percibe en los poemas de Benavides: cómo explicar aquello que no suena de buenas a primeras, cómo decir aquello que se encuentra fuera y lejano, pero que a la vez se consigue sentir en el delirio.

Definitivamente no podremos agotar, en esta reseña, la senda tomada por Benavides, pero queremos asumir una lectura que, tal vez, pueda llamar la atención sobre Viaje a los campos sin fónicos. En primer lugar, el conjunto está dividido en cinco partes y consta de treinta y siete poemas. La sección más extensa es la primera (veinte poemas), como el momento complejo de la salida mientras que la segunda (dos poemas), se comporta como una especie de bisagra hacia las demás secciones y sus propuestas. En ese sentido, existe una propuesta hacia el futuro en el poemario, un futuro total desde el mismo epígrafe en el que se puede reconocer la experiencia celestial divina y terrenal humana, las cuales quedan al resguardo del viento, uno que el libro pretende explorar o simplemente exponer.

¿Qué se necesita para ser totales, pero sin pretensiones absolutas? No ser una voz exacta, transitar por la impersonalidad, algo que se realiza desde varias operaciones evasivas en el conjunto. No obstante, aquellos movimientos no responden a un interés escapista, sino al reconocimiento de un cansancio manifiesto en las formas comunes. Este ejercicio de descentramiento se puede percibir, por ejemplo, en los siguientes versos: “Vi a un niño pastor que dormía mientras una vaca lamía su rostro. Vi un sueño de viajes en su lengua de hierba” (p. 17). Más allá de lo humano y lo animal, la presencia de lo vegetal podría ser un principio guía que nos anunciaría una metamorfosis (p. 19). La tensión, sin embargo, se encuentra en el mismo soporte y los límites a los cuales la voz poética los conduce en un “textil exilio” (p. 23). Incluso, en esta misma estela es inevitable emitir un reclamo a nuestra crisis inmediata: “¿Qué radioactivo camino nos demora y deshilacha el sentido?” (p. 23). No somos testigos de la crisis poética, sino de una conciencia del final de todo.

“La poeta es consciente de que escribe para un pueblo que aún no llega, pero que se está aproximando y que precisa de una voz que la anuncie”.

No se crea que existe asomo de nihilismo en el poemario, porque esa necesidad de reclamo, incluso en el delirio, esa exterioridad que se puede percibir en los poemas y que nos pueden cuestionar en su factura retornan en un claro “Regenérate” (p. 47). A partir de este momento es imposible no recomendar el poema medular del conjunto que comienza con la afirmación de “Inmigrar hacia adentro” (p. 49). No podemos ahondar más en él, pero la opción del viaje ahora buscará ser subterránea y se vale de la idea de micelio para sustentarse. ¿Será lo vegetal acaso lo más cercano a la comunicación poética que busca Benavides? No podemos atrevernos a responder, porque la ambigüedad impera, pero esta no es de carácter negativo, ya que surge un somos (p. 53) y se nos invita, luego de pasado, quizá, el clímax extenso de la primera y segunda sección a “Descifrar en este viaje los campos que somos y los por venir” (p. 55). Sin duda aquí hay un eco deleuzo-guattariano de ¿Qué es la filosofía? (1991). En otros términos, la poeta es consciente de que escribe para un pueblo que aún no llega, pero que se está aproximando y que precisa de una voz que la anuncie. Entonces se necesita de un “poema indecible interior” (p. 59). El cuarto poema de la sección tercera también es recomendable como otra de las piedras angulares del conjunto.

Las partes que continúan preservan el ánimo de dar una respuesta a ese “mundo por venir”, a decir del poeta brasileño Joaquim de Sousȃndrade, pero todo esto puede ser encontrado por el lector que quiera embarcarse o discutir con nuestra lectura que ha intentado sostener un diálogo con los planteamientos de Benavides hasta el límite del delirio en el poemario. Esto, porque la voz poética se orienta a la idea de convocar un poema niño, quizá a modo de devenir, pero que más bien podría ser un retorno. En todo caso, lo liminal no se aparta de la prosa poética y su intención de “ser raíz silenciosa de un origen sonido” (p. 67). Cada escena poética, cada prosa, cada línea, entonces, se nos atraviesa como un testamento que no debería pasar inadvertido, aunque se presentan dudas sobre el éxito del mensaje (P. 69), debido a la cercanía de un apocalipsis.

Hacia el final del poemario y de nuestra reseña, la poesía interior es la que resuena intensamente en el “Viaje interior” (p. 70) de los poemas de Benavides en esta entrega, porque no existe el desconocimiento de que aún todo el grupo de textos se encuentra “anhelantes de ser lenguaje” (81). Y no es para menos, porque, tanto como muchos creadores, en sus momentos más riesgosos y de claridades inasibles, se dieron a la tarea de conducirse por los sinuosos caminos de la experimentación, tal como es este último poemario que se nos ofrece y que hemos querido acompañar desde su inquietud, pero, sin afán de ser infidentes, sin afán de desnudar el trabajo subterráneo, “micélico”, con el cual comulgamos y que los lectores no deberían dejar pasar de sus elecciones.