Este sábado se cumple un mes de la tragedia, un mes de incertidumbre. Para las familias del chofer Héctor Tomasini, el mecánico Jhosep Álvaro Chávez Palomino y el médico José Maco Pinto, la desaparición es más dolorosa que la muerte misma. No encontrarlos se ha convertido en una herida abierta.
Con la voz entrecortada, Cristel Ottos Contreras expresa el sufrimiento que la consume desde el 15 de febrero. Su esposo desapareció junto con dos pasajeros cuando el colectivo Toyota Corolla negro, de placa W4W-437, cayó al caudaloso río en La Oroya. Hasta ahora, solo se han recuperado los cuerpos de dos ocupantes, mientras que los otros siguen sin aparecer.
Las turbulentas aguas del río Mantaro se tragaron el vehículo, dejando a tres familias sumidas en la desesperación. “Mi esposo era muy cuidadoso. Sabía que llevaba personas, no entiendo cómo pudo suceder esto. Estoy segura de que quedó atrapado con el cinturón de seguridad”, dice Cristel.
Pero el dolor no solo radica en la ausencia, sino en la impotencia de no poder hacer más. “Nos hemos quedado sin recursos. Pedimos el apoyo de las autoridades, del gobernador Zósimo Cárdenas y del alcalde Dennys Cuba, para que se realice una ortofotografía aérea que nos ayude a localizar el vehículo. Cada kilómetro de búsqueda cuesta mil soles, y por día necesitamos recorrer al menos cuatro kilómetros”, explica Cristel.
A pesar del esfuerzo de brigadas de rescate provenientes de Huaraz, Lima y Huancayo, la naturaleza no da tregua. La crecida del río y la turbidez del agua impiden localizar el vehículo accidentado. Este martes, los familiares recorrieron la zona desde Muquiyauyo (Jauja) sin éxito.
“No podemos abandonarlos, no podemos rendirnos. Las tres familias estamos haciendo olla común, cocinamos para los rescatistas y para quienes nos ayudan. El dolor es inmenso y los recursos se agotan”, expresa Cristel.