Esta tarde, un viento fresco y apacible recorre las calles de Lima como un atleta disciplinado. El escritor y periodista Maynor Freyre Bustamante (Lima, 1941) nos recibe con un abrazo entrañable en la puerta de su vivienda. Esta se ubica en el distrito de Miraflores, al lado de un parque: pequeño, musical, alegre. Se le nota de buen ánimo. Hace tres años que no nos vemos. “La última vez nos tomamos unos chilcanazos en el Queirolo del Centro”, recuerda con total lucidez y con la memoria invicta.
Ingresamos a su casa. Lo primero que captura mi atención es la treintena de libros que el autor ha dispuesto sobre una mesa de centro. Son sus textos publicados a lo largo de más de cincuenta años. Reconozco algunos títulos: Puro cuento, Desmemorias de un pelagatos, El poeta que tocaba tambor, El team de los chacales. También hay algunos ejemplares de la revista Caretas del año sesenta y seis, fecha en que Maynor, veinteañero, ya publicaba sus primeros escritos en este medio. Al momento, comienza a mostrarme un voluminoso álbum de fotografías donde se le puede ver acompañado de celebridades del país y del extranjero.
Primer encuentro con las letras
Maynor Freyre nos cuenta que, desde que era pequeño, su padre, un gran lector, le leía novelas y su madre le relataba cuentos para niños. “Pero ella no sabía muchas historias, así que un mismo cuento me lo volvía a relatar de distintas maneras. Así no me aburría. Esa manera de contar historias despertó mi creatividad”. También evoca sus paseos con su mamá por las antiguas calles del distrito de La Victoria. Describe con detalles. Nos dice, sonriendo, que cuando pasaban por lo que fue el jirón Huatica (la calle de las meretrices) su madre le hacía persignarse, porque esa era la calle del pecado. Ella fue quien, poco después, le enseñó a leer y a escribir en una vieja pizarra.
Cuando su mamá ya había muerto, una mañana su maestra Luisa Boggio, de nacionalidad italiana, les pidió a él y a sus compañeros de clase que redactaran una composición por el Día de la Madre. “Un día después, la profesora leyó mi composición y a mitad de la lectura se quebró. La tristeza que yo quería ocultar, porque no quería que me trataran como a un huerfanito, se evidenció en ese escrito, que en realidad era un cuento. Esa profesora me tomó mucho cariño”.
Para disfrazar su tristeza incesante por la ausencia de su madre, asumía el rol del bufón del grupo, por tal motivo lo cambiaban de salón y hasta de colegio. Maynor recuerda que ya adolescente escribió una novela breve donde tuvo que matar a su padre. “Ya había leído Los hermanos Karamazov de Dostoievski. Sucede que mi padre no me dejaba ir a fiestas ni me dejaba fumar. Cuando fumaba, a escondidas, mis primeros cigarrillos, tenía que comprar después caramelitos de menta. Con esa novelita donde maté a mi padre para poder fumar, gané los Juegos Florales del colegio y me hicieron director de una revista que se llamaba Cristóbal Colón. Yo estaba en cuarto de media. Así continué escribiendo casi en secreto”.
Pasión por el fútbol
Uno de los muchos cuentos escritos por Maynor Freyre titula “El team de los chacales” donde deja traslucir su pasión por el fútbol. “Yo era futbolista. Empecé en mi barrio jugando con pelota de trapo. Fui capitán del Sporting Montevideo y después llegué a jugar por la cuarta especial del Sporting Cristal. Recuerdo que el novio de una prima, quien trabajaba en el diario La Crónica, me sacó en primera plana pateando un penal con la casaquilla del Cristal. Pero yo era hincha de la U. A pesar de haber vivido en La Victoria, era hincha de la U por influencia de mi padre. Mi padre me llevaba al Estadio Nacional, en esos tiempos cuando los asientos aún eran de madera. Yo he visto jugar allí a Lolo Fernández, a Campolo Alcalde, a Titina Castillo, los olímpicos de Berlín 1936. Ya estaban viejos, pero yo los he visto jugar”.
Maynor Freyre nos dice que, como buen deportista, a sus 83 años, aún practica la natación tres veces por semana y que le sigue apasionando el fútbol. Como en este momento nos encontramos de pie, hace el amago de un futbolista que se prepara a ingresar a la cancha de juego para hacer diabluras sobre el gramado.
Los primeros maestros literarios
Nos confiesa haber sido un lector apasionado de Ciro Alegría y de los cuentos de José Diez-Canseco. Recuerda con entusiasmo el cuento “Jijuna” con que Diez-Canseco ganó un concurso importante en la ciudad de Buenos Aires. También nos menciona a tres autores esenciales para él en sus inicios: Enrique Congrains Martin, Julio Ramón Ribeyro y Oswaldo Reynoso. Luego añade al premio nobel Mario Vargas Llosa y su extraordinaria novela La ciudad y los perros. Nos dice que por aquellos años se leía a los escritores del regionalismo latinoamericano: Jorge Icaza, Mariano Azuela y, sobre todo, a Rómulo Gallegos. “Recuerdo que cuando ya estaba en la universidad, jovencito, viajé a Venezuela donde vivía un hermano mío, por parte de madre, y me compré allá varios tomos de cuentos de autores de ese país, donde destacaban Eduardo Blanco y Rómulo Gallegos”. Ya luego llegaron las figuras del Boom. Siempre admiró a García Márquez, desde sus primeras novelas: La Hojarasca, La mala hora y El coronel no tiene quien le escriba.
El oficio de escritor
En sus cuentos y novelas, se percibe una mirada cuestionadora contra los grupos de poder. El tema político aparece de manera constante. Por ejemplo, su novela Par de sátrapas recrea las “hazañas” del exdictador Alberto Fujimori y su asesor Vladimiro Montesinos. “Mi padre fue aprista de viejo cuño. Tuvo una vida política muy activa. De él heredé ese interés por los temas sociales. Por eso, de joven me hice sindicalista. También influyeron en mí las lecturas de los escritores rusos como Dostoievski, Tolstoi, Máximo Gorki y los otros. Desde joven, aprendí también que los luchadores sociales han mostrado un gran interés por el arte y por la literatura en especial”.
Otro aspecto que destaca en su trabajo literario es la recreación de la jerga popular. “Eso lo aprendí en las calles de La Victoria. Cuando pasé al lado de mi abuela, en el distrito de Jesús María, ella se encargó de ponerme en vereda. Pero cuando mis amigos de esa zona aprendieron a hablar en jerga, se dieron cuenta de que yo me las sabía toditas. Esa anécdota me dio la idea para un cuento que titulé ‘Lalo se las sabía toditas, pero…’”.
Maynor nos confiesa que conoció a sus mejores maestros en los bares de Lima, especialmente en el Palermo. “Los estudiantes de la Católica sabíamos que en el bar Palermo se reunían los tromes de la literatura. Un día con mis compañeros Jorge Bustillos y Ricardo Lora llegamos a ese lugar. Ingresamos de puntitas, como antes se acostumbraba a ingresar a las iglesias. Recuerdo que nos vio el mimo Jorge Acuña y nos dijo acérquense, no se hagan a lo cojudos. Y nos sentamos, pues, hermano. Ese día, allí estaban Oswaldo Reynoso, Eleodoro Vargas Vicuña, Lucho Figueroa, el director de la película Kukuli, el pintor Pancho Izquierdo, el crítico de cine Hugo Bravo y otros. Todos sabían conversar muy bien y algunos hasta contaban sus propios cuentos. Uno tenía que leer mucho más para intervenir y no quedar en ridículo”.
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Una vida dedicada al periodismo
Desde joven se dedicó al periodismo. En sus inicios, laboró en medios como la revista Caretas y el semanario Unidad. Fruto de su labor como periodista cultural durante muchos años son los libros Altas voces de la literatura peruana y Altas voces del pensamiento y el arte peruanos. Maynor recuerda que muy joven pudo entrevistar a figuras importantes de la literatura como Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa y al poeta cubano Nicolás Guillén. “A García Márquez lo entrevisté en el Hotel Crillón. Fue poco antes de que apareciera Cien años de soledad. Era un sambo con unos enormes bigotes como los antiguos peluqueros chinchanos. Se corría de los periodistas, pero yo le caí muy bien. Me impresionó la soltura que mostraba al conversar. Tenía un gran sentido del humor. Inventaba también una serie de historias. Era el realismo mágico en acción”.
En el último tramo de nuestra entrevista, nos hemos tomado dos botellas de vino Vista Alegre. Ahora, mientras mi colega Wilber Huacasi le saca algunas fotografías, veo con detenimiento los cuadros que adornan las paredes de su sala. Hay lienzos de Carlos Ostolaza, Francisco Izquierdo, Alberto Quintanilla y Enrique Galdós Rivas. Atrapa mi atención unos retratos de Maynor dibujados por el pintor Víctor Humareda con quien solía reunirse en el Centro de Lima para almorzar juntos.
Antes de despedirnos nos cuenta que está escribiendo un relato donde un presidente llamado Gatillo es traicionado por su vicepresidenta, apodada Falsía, quien finalmente se hace del poder.
Afuera ya es noche cerrada. El viento descansa. Las aves del parque han silenciado su trino y el maestro Maynor Freyre también.