Carlos Rengifo Rivas (Lima, 1964) es un narrador surgido en la década del noventa. Ha publicado numerosos libros de cuentos y novelas donde recrea la Lima de nuestros tiempos. En la mayoría de sus obras, los personajes femeninos asumen roles protagónicos. Ha ganado el Concurso de Novela Corta 2011 “Julio Ramón Ribeyro”, organizado por el Banco Central de Reserva del Perú, con su libro El jardín de la doncella. El 2018, obtuvo el IV Premio Internacional de Novela Altazor con su libro El lenguaje de los espejos. Recientemente, el 2023, su libro Los colores de los sentidos resultó ganadora del XII Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro.
¿Cómo nace tu vocación de escritor?
Mi vocación literaria nace en el colegio, cuando estaba en el tercero o cuarto de secundaria, gracias al curso de Literatura. Primero leía por obligación, como todos mis compañeros de aula, pero luego ya lo hacía por placer. En mi casa también había muchos libros. Mi padre fue profesor y tuvo su colección de volúmenes literarios y educativos. Siempre me llamaron la atención los libros.
Cuéntanos un poco sobre tu inicio en la escritura literaria, háblanos sobre tus primeros escritos.
Empecé escribiendo en las hojas finales de mis cuadernos escolares. Escribía lo que me pasaba y sobre algunas cosas que me contaban mis compañeros de carpeta. Lo hacía como una manera de desfogue, a fin de hacer trabajar mi imaginación y tener un mundo ficcional propio. Eran tonterías, por supuesto, pero me sirvieron de precalentamiento para lo que vendría después.
¿Qué libros fueron esenciales en tu formación como narrador?
Mis primeras lecturas fueron las novelas de Vargas Llosa. Me quedé pegado a este autor y, en general, a los integrantes del Boom latinoamericano: García Márquez, Fuentes, Cortázar, todos los que formaban parte de este movimiento que en esos años estaban en plena efervescencia. Estamos hablando de finales de los setenta y principios de los ochenta. Cortázar resultó siendo mi favorito, pero el primero que me atrapó fue Vargas Llosa, por el mundo que recreaba, más cercano a nosotros, y por toda la cuestión técnica que dominaba con maestría.
“Me quedé pegado a este autor (Vargas Llosa) y, en general, a los integrantes del Boom latinoamericano: García Márquez, Fuentes, Cortázar”.
¿Te quedas con La guerra del fin del mundo o Conversación en La Catedral?
Yo me quedo con Conversación en La Catedral, tal vez porque la leí en un momento en el que estaba en una imparable actividad lectora y aquel ambicioso y monumental edificio novelístico me asombró. La guerra del fin del mundo es también muy buena, sobre todo por sus personajes, la trama, la manera narrativa; sin embargo, me quedo con Conversación en La Catedral por la forma cómo está estructurada, los diálogos entrecruzados, los espacios, el juego con los tiempos, en fin. A mí me parece una novela completa, total.
En tus primeros libros de cuentos, El puente de las libélulas y Criaturas de la sombra, se percibe también rasgos del llamado Realismo sucio. ¿Reconoces una influencia inicial de Bukowski y de la Generación Beatnik?
Cuando salió mi primer libro estaban de moda en el Perú autores como Carver, Bukowski y otros parecidos. Pienso que por eso a los jóvenes que recién empezábamos a publicar nos vincularon con ese movimiento. Pero han dicho asimismo que mis primeros libros de cuentos tienen una influencia más ribeyriana, debido a que yo también escribía sobre personajes marginales, clasemedieros empobrecidos, que se mueven en la ciudad. A mí esa influencia de Ribeyro me llamó la atención, porque no lo había leído mucho, pero luego me di cuenta de que tenía que ver más con una visión de la realidad, ese pesimismo existencial y vivencial que compartía con este autor. En cuanto al Realismo sucio, sí, hay situaciones semejantes, escenas violentas, que son un reflejo de lo que en ese momento se vivía en Lima.
En tu primer libro hay un cuento titulado “La noche de Bukowski” donde ya se aprecia el tema de la violencia juvenil, algo que se ha convertido en un tema recurrente en tu narrativa.
Sí, mis primeros libros de cuentos y mi primera novela transcurren en un ambiente sórdido limeño, donde se encuentran personajes jóvenes que están viviendo el mundo de las drogas, el alcohol y la violencia. Seguramente por esto se me considera como un seguidor de Raymond Carver y Charles Bukowski, aunque lo mío surge de un modo muy personal, con la idea de presentar sin maquillajes, para abofetear al lector, episodios extremos que ocurrían en el país durante los años noventa.
¿Qué tan importante fue Oswaldo Reynoso en tu formación como escritor?
Oswaldo Reynoso fue el primero que leyó un manuscrito mío, que luego sería mi primer libro. Él me apoyó y orientó en los quehaceres literarios.
Además de Vargas Llosa, Ribeyro y Reynoso, ¿qué otros autores son referentes importantes para ti?
Umberto Eco fue fundamental para escribir una de mis novelas, autor que emplea muy bien la estructura y la fluidez del lenguaje. Ítalo Calvino, otro italiano, que embellece la lengua y el ritmo narrativo, y García Márquez, cuya novela Cien años de soledad es mi libro de cabecera. En lo que respecta a cuentos, Cortázar, Onetti y Borges, tres cuentistas insuperables.
Después de tus dos primeros libros de cuentos y de tu novela La morada del hastío, hay un intervalo en tu trabajo con el libro Prosas impúdicas, donde exploras el tema erótico.
La sexualidad me parece importante tanto en la vida misma como en el ámbito ficcional. Justamente por eso publiqué este libro que es una especie de miscelánea sexual, un poco influido por las Prosas apátridas de Ribeyro, aunque en mi caso son prosas eróticas. Lo tomé como un divertimento, sin mayores expectativas, y ahora trato de soslayarlo de mi producción. Los libros que he escrito, sin embargo, tienen algunos pasajes sexuales que resaltan de manera atípica esa parte del ser humano como una forma de escape y desahogo.
Luego de este libro hay un salto importante porque publicas La casa amarilla, una novela con un personaje femenino con ciertas psicopatologías y se percibe también un mayor trabajo en el plano del lenguaje, ¿qué nos puedes referir al respecto?
Sí, en efecto, para mí se cumple una primera etapa con mis dos libros de cuentos y mi primera novela. Con La casa amarilla comienzo una segunda etapa en la que me concentro más en el lenguaje, en la estética literaria y, sobre todo, nace allí mi característica más saltante que vendría a ser el desarrollo de los personajes femeninos. Exploro la psicología femenina. Sí, como dices, este es el punto de partida a una nueva etapa en mi carrera literaria.
¿Y cómo surge ese interés por los personajes femeninos? ¿Cómo te das cuenta de que este tipo de personajes son los que tú puedes desarrollar con mayor contundencia?
Al observarlas con detenimiento, me doy cuenta de que el personaje femenino resulta más rico, más sustancioso. De ahí mi interés en querer explorar la psicología femenina, que me parece mucho más interesante que ponerme a explorar en mí mismo. Como varón, pienso que no encontraría mayores sorpresas en los hombres. En cambio, en las mujeres, que son muy diferentes a nosotros, sí encuentro aspectos atrayentes de los que podría escribir.
Se afirma que Gustavo Flaubert, tomando en cuenta la actitud de su personaje más importante, dijo alguna vez: “Madame Bovary soy yo”. ¿Qué tanto de Carlos Rengifo aparece en sus personajes femeninos?
Supongo que esos personajes tienen que ver mucho conmigo. El autor proyecta siempre un reflejo hacia sus personajes. No es que sea yo disfrazado de un personaje femenino. No. Sucede que ciertos rasgos que pueden ser netamente míos se muestran en estos personajes. Hago una especie de mixtura. Pongo mi propia percepción y la percepción que noto en mujeres reales y añado elementos de mi imaginación. De toda esa mezcla surgen estos personajes. Se trata de mujeres extrovertidas, con reacciones violentas, muy apasionadas.
El 2011 aparece la novela El jardín de la doncella. Este es un libro más complejo que muestra diferentes aristas de las cuales podemos conversar. ¿Cómo surge la idea de esta novela?
Nace también con un personaje femenino que guarda cierta relación con La casa amarilla, exactamente con una imagen antigua de una beata frente a un campanario. Con esta novela me propuse recrear un mundo que ya no existe. Esa tarea me pareció fascinante. Recrear un mundo a través de las palabras. Con un lenguaje entre moderno y antiguo, traté de darle la atmósfera de esa etapa antigua ya desaparecida.
Dinos, Carlos, de qué elementos, específicamente, te valiste para recrear todo ese universo de la Lima colonial.
Tuve que documentarme, leer mucho. Revisé archivos y vi películas que se remiten a esa época. Eso me permitió estar muy empapado de todo ese ambiente. Recuerdo que también leí algunos libros como El nombre de la rosa de Umberto Eco, y textos de historia que reseñaban esa época. Releí muchas de las tradiciones de Ricardo Palma. Todas estas lecturas me dieron una base para tener una idea del ambiente y la atmósfera que yo requería para recrear ese mundo de la colonia limeña.
Años antes, el escritor Sandro Bossio había publicado la novela El llanto en las tinieblas, donde también recrea la época colonial limeña, ¿tenías ya referencias de esta novela?
Sí, la había leído. Ese libro se publicó, creo, diez años antes que el mío. Es un libro muy bueno, pero me da la impresión de que Sandro Bossio solo agarra como un capítulo, es decir, es como una viñeta de ese mundo. En cambio, mi novela es un poco más amplia. Yo abro un poco más el visor de ese universo y lo muestro en sus detalles mínimos como la vestimenta, la comida y todos esos pequeños asuntos que le dan esa atmósfera de la época.
¿Cómo fue ese arduo trabajo con el lenguaje en la novela El jardín de la doncella?
Lo más difícil fue elaborar los diálogos y recrear el ambiente, y para eso tuve que familiarizarme, a través de lecturas e imágenes, con todo lo relacionado a la Colonia, la Santa Inquisición, la Lima de antaño y sus costumbres. Una vez que le cogí el tono, las palabras y el ritmo narrativo, todo corrió sin trabas, poetizando el lenguaje en algunos pasajes que requerían de este recurso, construyendo a los distintos personajes.
En tu novela El dolor en los labios abordas el conflicto armado que se vivió en nuestro país, pero de una manera bastante tangencial.
Efectivamente, la idea de esta novela era crear tres historias paralelas de tres mujeres ayacuchanas de distintas épocas pero de un mismo lugar: Huamanga. Los personajes son María Parado de Bellido, Edith Lagos y una ayacuchana contemporánea, Evangelina. Las tres tienen en común el haber sufrido la violencia. En el caso de Edith Lagos, se recrea la violencia que vivimos en el Perú durante los años ochenta, pero no es la historia central, es una de ellas. Se trata de una visión mía de aquel momento que vivimos, no de manera tan amplia como se ha hecho en otras novelas.
Tus libros se enmarcan dentro del Neorrealismo urbano; sin embargo, en tu novela Un aliento en el ocaso muestras rasgos de la narrativa fantástica. Estamos frente a una muchacha que desde la muerte empieza a relatar los últimos momentos de su vida.
Sí, esta novela rompe un poco mi esquema netamente realista o neorrealista. La idea era variar un poco, salir del llamado Realismo sucio o simplemente del Realismo. La novela, no obstante, tiene una gran parte de realismo, y hay un espacio que le doy a escenas paranormales, porque la protagonista es un ser que viene del más allá y empieza a mover cosas, ya que desea vengarse de una muerte violenta y repentina. Para mí, es una novela semifantástica. En realidad, prevalecen las descripciones y el tono realistas, pero hay algunas escenas que pueden considerarse como fantásticas.
Tu novela No me gustan los lunes pertenece a la denominada literatura infantil y juvenil, ¿cómo surge en ti la necesidad de desarrollar este género?
No pensé nunca escribir literatura dirigida a niños, porque mis temas son un poco fuertes y violentos; sin embargo, me picó el bichito al leer ese tipo de textos que apelaban al facilismo y los diminutivos como si los niños fueran tontos, así que, por sugerencia además de mi editor, me propuse hacerlo. Pero como no puedo con mi genio, esta novela no es netamente infantil; yo diría más bien que es adolescente, y forma parte de una idea de escribir textos con personajes infantiles y crueles, sin moralejas ni animalitos parlantes.
La protagonista de esta novela es Maya, una niña solitaria y conflictiva. Por lo general, tus personajes femeninos tienen este corte. ¿Tienes la intención de reflejar una imagen determinada de la mujer?
Sí, mis personajes femeninos tienen ciertas características que las hermanan, como los conflictos personales y sociales, el continuo cuestionamiento, las dudas, las ansias de libertad, de no caer en los moldes convencionales, y el desahogo en actos imprevistos y, a veces, en la inquieta sensualidad. Exploro las zonas oscuras de la mujer, aquellas que por lo general no quieren mostrar por pudor o modestia.
“No soy mucho de leer las ‘novedades literarias’ que vienen acompañadas de una bien armada campaña publicitaria; prefiero volver a los clásicos”.
¿Cómo nace la idea de escribir El lenguaje de los espejos, tu novela que recrea la vida de Jorge Luis Borges?
Por una información sobre su vida amorosa y las dificultades para manejarse en la realidad. Quería mostrar al Borges cotidiano, no intelectual, con las relaciones que tenía con sus seres más allegados, su madre y su hermana Norah, además de las que sostuvo con diversas mujeres que no llegaron a concretarse. Todo ello, dentro de un ambiente cultural que siempre lo rodeó y en una época donde surgen grandes escritores.
En tu libro El dipsómano retratas una parte del mundo literario limeño con un tono risueño o irónico.
Es un fresco de la vida nocturna y bohemia de Lima en los años noventa, pero también un buceo sobre la naturaleza de quienes beben y, en muchos casos, pasan por situaciones patéticas y risibles. Mi pregunta fue: ¿el alcohol sirve para la creación? Y a través de la novela trato de responder esa interrogante con episodios que les suceden no solo a escritores locales sino también del exterior.
Las cachorras es una de tus últimas novelas donde muestras el mundo inquieto de las adolescentes que van despertando a la vida. Este libro es todo un homenaje a Vargas Llosa.
Así es. Es un tributo al escritor de quien aprendí tanto. Posiblemente, no hubiera sido escritor de no haber leído a Vargas Llosa.
¿Cómo surge El color de los sentidos, tu novela ambientada en París?
De un viaje que hice a París y quedé embelesado por sus calles y arquitectura y por todo lo que representa esa mítica ciudad, aunque en mi novela trato de mostrar el otro lado de la moneda, el lado oscuro de la Ciudad Luz. Deseaba dejar sentado la impresión que causa un lugar así, desde un punto de vista desmitificador, con sus problemas recientes de migración musulmana y crisis social.
¿Qué autores contemporáneos han despertado tu interés?
No soy mucho de leer las “novedades literarias” que vienen acompañadas de una bien armada campaña publicitaria; prefiero volver a los clásicos o a los autores que tienen realmente cosas interesantes que decir. Pero a veces cae en mis manos algunos libros actuales y, en algunos casos, resultan un grato descubrimiento para mí. Uno de ellos es, sin duda, Cărtărescu, también Carrère y Cercas, y últimamente la coreana Han Kang.
¿Qué libro tienes preparado o te encuentras escribiendo por estos días?
Tengo algunas novelas pendientes en el tintero, pero por ahora, después de mucho tiempo, estoy volviendo al cuento, con el cual me inicié. Este año debe salir un volumen de relatos, y el próximo también. Vuelvo al cuento, pero no con mis temas de entonces, el realismo sucio, la incursión en la psicología femenina, las situaciones límite, sino abordando otras temáticas.