Miguel Ildefonso Huanca (Lima, 1970) hace su aparición en el escenario de nuestra literatura en la década del noventa. Ha obtenido numerosos premios literarios en nuestro país y en el extranjero. Ha publicado libros de poesía y narrativa. Entre sus libros de poesía podemos mencionar Vestigios (1999), Las ciudades fantasmas (2002), Los desmoronamientos sinfónicos (2008), Dantes (2010), Escrito en los afluentes (2015), El hombre elefante y otros poemas (2016). En narrativa ha publicado el libro de relatos El paso (2005) y novelas como Hotel Lima (2006) y Memoria de Felipe (2018).
El paso (2005) obtuvo el Premio Nacional de Cuento convocado por la Asociación Peruano Japonesa. Es un libro de relatos estructurado en dos secciones. En la segunda parte, la más breve, encontramos diez historias que, en su mayoría, están ambientadas en la urbe limeña. En tres de estos relatos se aprecia una referencia directa a la música chicha: “Cruz marcada”, “El palacio” y “Las botellas y los nenes”, inclusive, como veremos a continuación, en los dos primeros se transcriben pequeños fragmentos de canciones interpretados por el cantante Lorenzo Palacios Quispe, “Chacalón” y por el grupo Guinda.
En el relato “Las botellas y los nenes”, el narrador protagonista se encuentra en un bar sórdido de Huachipa, zona aledaña a la Carretera Central, espacio muy concurrido por quienes gustan de la música chicha. El protagonista aguarda la llegada de una mujer. Y, desde luego, la música programada por algunos jóvenes asiduos a ese lugar, que miran de soslayo al narrador, tal vez como a una posible víctima, impera en el ambiente. Se hace referencia a la música de Pascualillo y del Grupo Alegría: “Ahora sonaba una cumbia de Pascualillo, y aquellos estaban haciendo los movimientos clásicos de las manos, con los índices cimbreándolos al ritmo de la chicha como si fueran chavetas” (Ildefonso 2005: 123). Además de resaltar la inclinación de los personajes por este género musical, se describe la forma peculiar cómo se baila este tipo de canciones. Las manos adoptan una carga simbólica de violencia y agresión.
Acotemos que el título de este relato no es gratuito. Hay una clara relación intertextual con el cuento “Las botellas y los hombres”, de Julio Ramón Ribeyro. Esta referencia responde al afán del autor de inscribirse dentro de una tradición narrativa que ha representado con grandes logros el rostro marginal de la urbe limeña.
En el cuento titulado “Cruz marcada”, la historia transcurre en el distrito de La Victoria, en la zona comercial conocida como La Parada. En su brevedad, el relato muestra una serie de situaciones que nos interesa poner de relieve. Como en el texto anterior, el espacio específico donde transcurren las acciones es un bar: “Llegué adonde la Tía Lucha a las nueve de la mañana y pedí una cerveza”. El narrador protagonista entra en contacto con otros personajes de la zona: una muchacha vendedora de cigarrillos, un artista plástico y un poeta. Todos muestran una situación de precariedad y pobreza. Queda claro, a través de sus acciones, que entre ellos existe una relación de aprecio y cordialidad.
De otro lado, el relato resalta la condición de sospechosos ante la ley de los personajes que pululan por estos lugares ya que, poco después, aparecen tres miembros de la policía y solicitan sus documentos de identificación a quienes se hallan en el recinto. El personaje que acompaña ahora al narrador protagonista, apodado “Yuca”, no cuenta con sus respectivos papeles, por eso es detenido por los policías: “¨No te preocupes, arreglo allá y vuelvo, no te vayas a ir¨, me dijo”. Esta expresión del personaje revela la idea negativa que este tiene sobre la Policía, pues se hace referencia a un “arreglo”; es decir, el pago de un soborno para quedar en libertad. La frase denota una mirada cuestionadora o de denuncia contra las instituciones del sector oficial de la sociedad.
Casi al finalizar el relato, el narrador presta oído a la letra de una canción de Chacalón que viene sonando en el lugar. La presencia de estas letras no es gratuita como no es gratuito que el título del relato lleve el mismo nombre de la canción que viene sonando en el bar: “Cruz marcada”. Las letras de esta canción funcionan como una síntesis de todo lo narrado. Resalta la situación de pobreza de los personajes, su condición de hombres golpeados por el infortunio, por el fracaso y, al mismo tiempo, pone de manifiesto su fe y sus esperanzas en que tiempos mejores pueden llegar: “Yo ya estaba borracho. La canción decía: ¨No tengo nada que dar, se burlaron de mi querer, con lágrimas pido al cielo que alumbre mi camino…¨” (Ildefonso 2005: 124).
En el tercer relato titulado “El palacio”, la historia transcurre, en un inicio, en un “chichódromo” del Centro de Lima, el Palacio de la Cumbia, de aquí viene el título del relato. El narrador se encuentra con un amigo, José, quien, a pesar de vivir en San Isidro, un distrito pudiente de Lima, gusta de la música chicha. En el local suenan las canciones del grupo Guinda de Carlos Morales. José es un personaje particular no solo porque vive en San Isidro, pero gusta de la música chicha. Además, muestra interés por el mundo andino y tiene una mirada cuestionadora contra la clase política del país: “Al frente quedaba el local del Partido Aprista. ¨A la mierda Haya de La Torre¨, dijo José. ¨Salud, carajo¨” (Ildefonso 2005, 115).
La parte final del relato transcurre en Canto Grande, en el distrito de San Juan de Lurigancho. El narrador y José han sido invitados por Sarita y Jenny —dos amigas que llegaron al “chichódromo”— a una fiesta que se daba en la casa de una de ellas: “Jenny tenía una pollada en su casa. Alfonso Ugarte, Caquetá, Rímac, Zárate, Huáscar: llegamos. Nos presentó a toda su familia. Ponían huaynos y cumbias” (Ildefonso 2005: 116). La fiesta es una “pollada”, una fiesta propia de estas zonas marginales de Lima, donde la familia que organiza el evento social en su vivienda busca recaudar dinero para satisfacer alguna urgencia, muchas veces relacionada con la salud de alguno de sus integrantes. Como se resalta en el fragmento, uno de los géneros musicales que se oye en estas fiestas es la música chicha.
Otro elemento que sobresale en este relato es la figura femenina. Jenny y Sarita son muchachas que viven en Canto Grande. Gustan de la música “chicha” y llevan una vida sin restricciones. A pesar de su juventud, cuentan con un pasado doloroso: “Sarita tenía unos cortes en las muñecas, de la vez que se quiso matar” (Ildefonso 2005: 115). Conversando fuera de la fiesta, en la cima de una huaca cercana (otro tipo de palacio), Sarita le confiesa al narrador protagonista del cuento que esto sucedió cuando asesinaron al chico con quien se iba a casar a escondidas. Este dato nos permite darle mayor sentido al único fragmento de una canción del grupo Guinda que se transcribe en el relato: “Vuelve, vuelve, noche, por favor, con mi amada, oh, me pertenece, sí…”.
En estos tres relatos del libro El paso de Miguel Ildefonso, encontramos algunos rasgos comunes: las historias transcurren en zonas de distritos populares de la capital: Huachipa, La Parada y Canto Grande. Los personajes son, casi siempre, jóvenes marginales marcados por un pasado doloroso, que ven transcurrir sus días en bares, chichódromos y polladas donde disfrutan principalmente de la música chicha. La presencia femenina se ve asociada a una historia de amor signada por la frustración y la tragedia.
Otro rasgo común en estos relatos es la presencia de un narrador protagonista que refleja una mirada cuestionadora sobre su entorno. Sabe cuál es su ubicación dentro de esa sociedad en la que vive, muestra “conciencia de clase” como dirían los marxistas, por este motivo en el relato “Cruz marcada” reivindica a los artistas populares (Chacalón, Víctor Humareda) y a los intelectuales ya muertos cuyos aportes buscan favorecer a las clases sociales más pobres del país (José Carlos Mariátegui, César Vallejo, José María Arguedas).
Finalmente, este narrador protagonista es dueño de un lenguaje muy versátil. Queda claro que se trata de un joven artista que gusta de la música, la literatura y el cine. Prevalece en su narración un lenguaje coloquial, pero por momentos suelta algunas expresiones poéticas, sobre todo cuando pinta el escenario: “Una garúa ebria caía lenta sobre el barro”, “El Palacio de la Cumbia se estaba llenando a la velocidad del crepúsculo”, “El sol se ponía castaño, el viento traía su frescura desde los cerros”. Y en otros momentos, muy pocos en realidad, este narrador se mimetiza con el contexto que viene describiendo y afloran palabras y expresiones propias de la jerga juvenil limeña:
“A Tom, trastornado, en pleno goce, al parecer le llegó al pincho esas transformaciones sucesivas, de Penélope a Cameron, de Cameron a Penélope, y empezó a reírse como loco, y abajo, gozando también, Cameron igual cagándose de risa, haciendo muecas como si se hubiera metido unos buenos tiros” (Ildefonso, 2005: 123-124).
En síntesis, en los tres relatos de Miguel Ildefonso encontramos como protagonistas a personajes marginales, jóvenes, que gustan de la música chicha y que asisten de manera recurrente a los “chichódromos” de los conos de Lima o al Centro de la capital, espacios bulliciosos y caóticos, propensos al estallido de escenas de violencia. Estos personajes, denominados “chicheros”, recurren a la jerga de la calle para comunicarse en su vida cotidiana y para alcanzar alguna conquista amorosa. Los personajes femeninos aparecen marcados por el infortunio, a causa, principalmente, de algún desengaño amoroso. Cuando se reproducen fragmentos de algunas canciones de cumbia o música chicha, estos guardan una relación directa con la historia narrada y, específicamente, con los pesares de los protagonistas.